En el encuentro en el que todos esperaban a Messi, fue Luka Modric el que apareció. Lo hizo por dos razones; porque es el faro de esta Croacia y porque es uno de esos jugadores que nunca se esconden. El recital del centrocampista del Real Madrid ante Argentina fue sencillamente abrumador. Una auténtica cátedra de fútbol y una verdadera exhibición de repertorio en la medular.
Estuvo bien acompañado, es cierto, el menudo capitán croata en esa parcela del campo, escoltado en todo momento por Rakitic y Brozovic, con quienes conforma, probablemente, el centro del campo más equilibrado de todas las selecciones que toman parte en el Mundial. Tres volantes mixtos de buen pie. Tres destructores creativos. Tres futbolistas excelsos.
Pero sólo uno de ellos portaba la jineta en el brazo y lucía a la espalda el dorsal número 10, el que suele distinguir a los jugadores diferentes. Luka respondió con creces a las expectativas. Jugando mucho más liberado y adelantado de lo que acostumbra a hacerlo en el Madrid, Modric no sólo logró ganarle la batalla del 10 a Messi, sino que decidió también, en buena medida, la suerte de su equipo en el partido.
Un grandísimo pase entre líneas para Rebic, al filo del descanso, desaprovechado incomprensiblemente por su compañero, fue la primera aportación de mérito al capítulo ofensivo de su equipo. Un anticipo de lo que vendría más tarde, en una segunda mitad en la que el volante de 32 años no sólo marcó el tempo del partido, sino que terminó por decidirlo con un fantástico derechazo desde fuera del área para el 0-2. Inatajable. El colofón a un encuentro brillante en todas las facetas del juego.
"Messi es un jugador increíble, pero no puede hacer todo solo. Nosotros cerramos muy bien los espacios y la confianza que tenemos la demostramos en el campo", reconocía, al término del partido y con su habitual modestia, el genio de Zadar, el heredero natural de Boban y Prosinecki que ya ha superado a sus maestros. El 10 de Croacia. Un 10 verdadero.