Se acaba el Mundial de Rusia 2018 y también la aristocracia del fútbol con sus distinguidas y extinguidas estrellas como Messi, Neymar, Suárez, Iniesta y Cristiano Ronaldo.
Ni un astrónomo podía predecir el nacimiento de otra galaxia con Mbappé, Griezmann, Hazard, De Bruyne, Kane, Lukaku, Modric, Kanté o Mandzukic. Pero el fútbol es generoso con los marginados. Para ellos también se extiende la alfombra roja y el sentir del calor de los flashes.
También hay una luz para los inquilinos de las sombras. Ellos no deslumbran desde el zapato de charol o con un brillante en la oreja. Ha llegado el reconocimiento del trabajo en equipo, a los que sudan por apoyar al compañero. A la solidaridad de la faena, a los que recién conocen la fragancia del Olimpo. A los que conjugan el verbo en plural. Al "nosotros" y no al astro único e irrepetible. Al trabajo mancomunado y no a los milagros. Al coraje y la épica del esfuerzo agobiante. Ese ha sido el premio merecido para esta Croacia pujante.
Franceses y croatas van por la corona. Se enfrentan uno que sabe de monarquías, imperios y reyes y el otro que sí sabe de señoríos, pero además de cruentas guerras recientes.
¡Qué paradoja! Los reyes del fútbol han palpado la pobreza desde su infancia y ese balón les ha permitido ostentar una corona de laureles. De jugar en caballito de madera a ir a la caza del jabalí. Eso es el fútbol, trepidante hasta perder el sentido de la razón en el valor de las cosas. Pueden seguir jugando al perder y ganar en toda su vida, pero lamentablemente esto no significa más que seguir atrapados por la condición de ansiedad que envuelve la avidez.
La avidez tiene muchas apariencias y una de las más actuales es el consumismo. Todos quieren o sueñan con autos del año, estatus social, sentimientos, personas y sobretodo reconocimiento y fama mundial. Pero en Rusia, ahora se fueron los aristocráticos y llegaron los plebeyos a mandar.
Qué bien le haría a Croacia como país ser los mejores del mundo. Qué bien la haría a Francia refrendar su modelo de formación siendo los campeones del mundo. Ese es mi dilema. No sé a quién apoyar, todavía. Que me convenzan en la cancha, mejor.