Decir que la Philippe Chatrier es una extensión del patio de la casa de Rafael Nadal no es una exageración. Hoy nuevamente quedó demostrado que el español se siente a sus anchas en la arcilla parisina y no tuvo empacho en hacérselo saber a Dominic Thiem, quien asoma como su más serio sucesor en esta superficie. Ambos entregaron un gran espectáculo, pero Rafa estuvo sencillamente notable para ganar por 6-3, 5-7, 6-1 y 6-1, y alcanzar su duodécima corona en Roland Garros, en igual número de finales.
El manacorí sabía que el desarrollo del partido iba a estar relacionado con el que supiera mantener de mejor manera la intensidad. El austriaco, que ayer tuvo que completar un largo partido ante Novak Djokovic, sorprendió en un comienzo jugando con mucha agresividad y profundidad, haciendo gala de su tremendo revés. Incluso, logró quebrar en el quinto juego. Sin embargo, quedó exprimido física y mentalmente, lo que le permitió al número dos del mundo recuperar el rompimiento. Después, el pupilo de Nicolás Massú intentó retomar el ritmo, pero nuevamente le quebraron su servicio y Rafa definió el set, en 56 minutos.
Con la desventaja, Thiem, finalista el año pasado en París, cambió de estrategia y optó por no desgastarse tanto en los servicios de Nadal. Los peloteos fueron más cortos y ambos bajaron la intensidad. Eso le dio oxígeno al austriaco, quien en el duodécimo juego tuvo su premio, al romperle el saque al mallorquín e igualar el partido.
El exnúmero uno del mundo salió con gran intensidad en el tercer set, a tal punto que quebró dos veces consecutivas, consiguiendo una ventaja irremontable. Nuevamente, su revés cruzado y muy angulado hizo estragos en su rival. Además, fue varias veces a la red, causando sorpresa. El categórico 6-1 le dio un nuevo aire a Nadal, quien salió como una fiera en busca de comida.
En la tribuna, Massú intentaba levantar a su dirigido con gestos de apoyo y el habitual puño apretado. Sin embargo, el nivel extraterrestre del hispano hizo que cualquier atisbo de remontada quedara reducido solamente a una buena intención. Más allá de la derrota, eso sí, el austriaco está llamado a ser el rey de la arcilla en los años venideros.
El amor propio de Thiem lo hizo seguir luchando. Ya no con las fuerzas de antes, pero sí con la suficiente dignidad para no ceder tan fácil la victoria y sacar lo mejor del juego de su rival. Rafa salvó puntos de quiebre en sus dos primeros juegos de saque del último set y aprovechó la oportunidad que tuvo para quebrar y encaminarse a la duodécima corona en París y el décimo octavo Grand Slam de su carrera, quedando a dos de Roger Federer, el más ganador de la historia. La emoción del final, con Rafa lanzándose al suelo, refleja mucho lo sucedido en las tres horas y un minuto que duró el partido.