Rodeado por el fragor de la guerra, sumido en la tristeza tras el asesinato de su abuelo a manos de vándalos serbios, puede que Luka Modric (33 años) jamás imaginara que el sonido de las granadas cambiarían por el de los aplausos.
Pero fue eso lo que escuchó Modric ayer en Londres, cuando Gianni Infantino, presidente de la FIFA, lo nombró mejor jugador del año. Aplausos. Felicitaciones. Llanto. No provocado por la pérdida o las privaciones, sino por el éxito.
Las lágrimas de Zvonimir Boban, capitán de la selección croata que alcanzó el tercer lugar en Francia '98, fueron el mejor ejemplo. El volante, uno de los mejores jugadores en la historia de su país, lloró cuando Modric le pagó tributo al aceptar el premio The Best. "Fue mi gran inspiración y aquel equipo nos hizo creer que podíamos lograr algo grande en Rusia. Espero que podamos ser lo mismo para la siguiente generación", declaró Modric.
También le dedicó palabras a sus compañeros del Real Madrid, así como a Mohamed Salah, delantero del Liverpool que también competía por ser el mejor jugador. El egipcio, sin embargo, solo se quedó con el Premio Puskas al mejor gol del año. "Estoy seguro de que tendrás otra oportunidad de ganarlo", le señaló el croata.
Y agregó: "Este trofeo no es solo mío. Es para mis compañeros en el Madrid, para los de la selección croata y para mis entrenadores. También es para mi familia, ya que sin ellos no sería el jugador que soy ahora".
A los seis años, la Guerra de los Balcanes lo convirtió en un refugiado en su propio país. La ocupación de Modrici, pueblo donde vivía el pequeño Luka, lo llevaron a él y a su familia a un hotel en la ciudad de Zadar, sin luz ni agua potable. Era diciembre de 1991.
El fútbol se convirtió en su escape. Las metrallas y las minas explotando se tornaron en un sonido terriblemente familiar. "Siempre estábamos con miedo. La guerra es lo que más recuerdo. Miles de granadas disparadas desde los alrededores caían al campo de juego. Debíamos correr por nuestras vidas", señaló alguna vez Tomislav Basic, entrenador de Modric en el NK Zadar y casi como un segundo padre. De hecho es él quien guarda el primer par de canilleras del volante. Tenían la imagen de Ronaldo.
El niño que se crió entre balas y minas terrestres (aún hay carteles que indican la presencia de ellas en el pueblo) terminó con la hegemonía de Cristiano Ronaldo y Lionel Messi en los premios a los mejores del mundo. El galardón al jugador más destacado del Mundial de Rusia, así como el recibido ayer, rompen con lo conseguido por el luso y el transandino desde el 2007, cuando Kaká, sin distinción se quedó con el Balón de Oro. Precisamente ambos jugadores declinaron ir a la ceremonia conducida por Idris Elba, lo que fue ampliamente criticado (ver pág. 23).
Del Royal Festival Hall salió victorioso un jugador a quien los equipos rechazaban por ser demasiado frágil y pequeño. Se le enrostró su timidez, se le auguró un futuro fracaso por falta de carácter. Pero la guerra lo había hecho fuerte, tal como declaró en 2008 cuando firmó por el Tottenham: "Fue un tiempo bastante duro para mí y mi familia. No me gusta recordarlo, pero tampoco quiero olvidarlo".
Una nueva etapa comienza para Modric, cuya consagración llegó en el mejor momento. "Quiero decirles a todos que si se trabaja duro los sueños sí se cumplen", afirmó Modric en su discurso. No hay duda de que su abuelo Luka estaría orgulloso.