Nicolás Jarry por fin vive el momento más feliz de su carrera. Siendo precisos, el instante para el que se preparó prácticamente desde el día en que entró por primera vez a una cancha. Esto último está lejos de ser una frase antojadiza o un mero cumplido con el actual número uno del país. Por el contrario, es el fiel reflejo de un proceso lleno de aciertos y errores, que hoy significa un valioso aprendizaje para su tenis y para la vida misma: es lo que llamamos el camino.

Nieto de Jaime Fillol, una de las mayores glorias que ha tenido la raqueta en Chile, Nico tuvo de primera mano todos los secretos de una disciplina tan veleidosa como esta y donde la mayoría se va armando a pulso, sin mucha compañía ni recursos. Claramente este acervo de experiencias puesto a su servicio fue una riquísima guía para encarar este trayecto. Aparte de la pasión por el tenis, de su abuelo heredó la empatía para entender el rol del que está al frente; ya sea entrenador, compañero o, incluso, periodista.

En tanto, bajo la supervisión de su padre Allan Jarry, muy tempranamente y a la usanza de los deportistas top, fue armándose no solo como un buen jugador, sino también como una gran maquinaria en la que cada uno cumplía una función bien definida. Así, por ejemplo, el cómo comunicar se transformó en un interesante desafío. Mejor dicho, en la puerta de entrada para un mundo que va más allá de la simple disciplina en que está inmerso.

Sin ser extraordinariamente locuaz, pero apoyado por profesionales de nota, fue preparándose en una faceta que asoma difícil para la mayoría de los exponentes nacionales. Con ese conocimiento adquirido, logró enfrentar con mucho aplomo la crisis más dura de su vida tras el dopaje por contaminación cruzada que lo obligó a comenzar de cero y a realizar una profunda introspección. Pese a ese duro tropiezo, siguió entendiendo cuál era el camino y tuvo la magnífica capacidad de reinventarse desde lo más íntimo, con la necesaria autocrítica -porque tampoco se puede desconocer que algo falló-. Y, precisamente, he ahí otro gran mérito, ya que fue un proceso donde tuvo que aprender solo y de la manera más dolorosa, pero sin perder sus convicciones.

Sabiendo ahora cómo es el cielo y el infierno, el reconocerse con virtudes y defectos fue la gran lección que le quedó. Así es la vida al final de cuentas. “Me trato con más cariño, no queriendo ser perfecto, sino entendiendo que somos humanos, que cometemos errores y que es normal”, confesó en este mismo medio hace tres meses. Y a partir de ahí, pudo seguir alimentando esas habilidades blandas y darse cuenta de que todos los detalles también juegan a la hora de conseguir el objetivo de llegar lejos en este deporte. Un mensaje que, por cierto, la gente le reconoce y valora ampliamente.

Hoy las claves con la raqueta las ha ido perfeccionando junto a Juan Ozón, un entrenador que no solo está preocupado de mejorar tenísticamente a su pupilo y cuya gran cualidad ha sido entregarle la cuota necesaria de robustez a una máquina que comenzó a andar hace mucho tiempo, pero que necesitaba con urgencia un conductor como el catalán, de modo que todas las piezas funcionaran con gran simetría. El saber rodearse también paga muy bien y Jarry ya tiene una vía bastante avanzada para entender cómo enfrentar los momentos por los que siempre luchó.

Con 27 años, y ahora de la mano de su propia familia, ha sabido llevar las riendas de su vida y también ha logrado transformarse en el líder del tenis chileno. Lo hizo recorriendo un trayecto que no siempre fue el más favorable, pero que sin duda forjó con mucho sacrificio al jugador que hoy mismo saborea los frutos que le dio haber aprendido tempranamente qué significa ser tenista y cómo transitar por ese sinuoso camino sin marearse. Nicolás Jarry entendió todo.

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