Jorge Valdano, con esa elegancia y delicadeza de los hombres que evitan ofender, le llama pánico escénico. Un eufemismo, como adulto mayor por viejo o, peor, persona en situación de calle por la gente que vive en la calle. El término de uso común, tan efectivo como incómodo, es cagazo. El lunfardo lo atenúa, como hacen con muchas palabras, al darlo vuelta y llamarlo zogaca. Se trata del miedo incontrolable que sienten los jugadores al enfrentar una instancia de presión y exigencia. La pelota les quema en los pies, se esconden tras los rivales, caminan la cancha lejos de la acción y terminan errando todos los pases. En los extremos de la cancha es más grave: los arqueros salen a cazar moscas en los centros o se lanzan sin convicción, vuelcan, cuando intentan atajar un tiro; los delanteros, en cambio, apretados e inseguros, le pegan borde interno para no desviar transformando una ocasión clara de gol en un tirito recto, blandito, que se posa en los guantes del arquero rival.
Seguro que usted ya vio todos estos síntomas en Colo Colo, que los padece semana a semana, partido a partido. El viernes 4 de diciembre, previo al duelo contra Huachipato, Gustavo Quinteros habló de un equipo con miedo. Inédito, nunca en la sala de prensa del Monumental alguien habló de miedo. Ni cuando se enfrentaban a los grandes de Sudamérica en la Libertadores (Sao Paulo, Boca, Olimpia), menos contra modestas formaciones del torneo local armadas para salvar la categoría como primer objetivo.
Alguna vez Jorge Coke Contreras dijo que el mejor jugador era el que “la pedía cuando el partido estaba cuesta arriba”. En Colo Colo, como se ve, nadie la pide y la gran mayoría se deshace de la pelota, exceptuando al pobre de Maximiliano Falcón, quien creía llegar a un equipo grande y se encontró con un grupo de jugadores que le hace el quite al compromiso, no se habla en la cancha y es incapaz de soportar el primer contratiempo (como el gol de Tonso el martes). En boxeo se llama perita de cristal, una mano bien puesta y a la lona.
Lo llamativo es que este equipo tan atribulado, tan asustado, tan sensible a cualquier problema, tan escaso de compromiso, es la planilla más alta del fútbol chileno estando valorada en 13,3 millones de euros por la página transfermarket. Universidad Católica, para dar un parámetro, vale un millón de euros menos. Un mal negocio por todos lados. Recuerdo cuando Mirko Jozic retaba a Jorge Cortés por quedarse parado cuando le remataban al arco en las prácticas. “Mucho sueldo por mirar”, ironizaba Mirko. Acá igual, mucho dinero como para tener miedo en el torneo chileno. Se puede jugar mal, arrastrar problemas físicos, andar con los zapatos cambiados, pero, esconderse en la cancha por culpa del pánico escénico, no hay cómo explicarlo, menos justificarlo, con las manoseadas cosas del fútbol.