El 7 de enero de 2012, en ADN, dije: “El fútbol chileno tiene dos dueños: Jorge Claro y Fernando Felicevich”. Esa frase alarmante indicaba el gigantesco poder del entonces dueño del CDF (en rigor pagó sólo el 10% de la propiedad, Reynaldo Sánchez le regaló otro 10% y un contrato a medida) y la distorsión peligrosa que significaba que un empresario manejara no solo la gran mayoría de los jugadores seleccionados, sino que también una cartera a casi el 50% de quienes intervenían en el torneo local.

Por entonces desconocía, o no dimensionaba, el poder de los factoring en el fútbol local, quienes tenían a toda la actividad del cogote con préstamos adquiridos irresponsablemente y que terminarían comprando varios clubes, blindando sus intereses particulares con la creación de la Segunda Profesional y logrando que la ANFP les pagara la deuda al contado (25,1 millones de dólares), transformándolos en un grupo relevante dentro de la actividad.

Tampoco había explotado la adquisición de clubes por parte de empresarios de jugadores, solo San Felipe (y sus pintorescos fichajes de jugadores que nunca conocieron la ciudad) estaba en manos de representantes. El resto se mantenía bajo el ala de accionistas de toda laya.

Ese panorama, con un Rey Sol dueño del CDF, un súper empresario que ejercía una tremenda presión pero no el control de la selección y los factoring exigiendo que se les pague, hoy parece un sueño.

Las cosas cambiaron y para peor. No solo por la grieta que significó el tránsito de Sergio Jadue por la ANFP, sino porque la sombra de Felicevich creció a tal nivel, que se mueve como un sistema frontal por todo el territorio, metiendo y sacando jugadores en decenas de clubes y logrando establecer una cabeza de playa en la Sub 20. Sí, hablo de Patricio Ormazábal y su poca fundamentada llegada a la banca.

Pero Fefe es lo de menos. Incluso podría ser de los buenos en este capítulo de la saga donde todo está a un pelo de caer en pedazos. También podrían ser de los buenos los cabros del factoring; total, ya cobraron y están felices manejando Rangers, Copiapó y Antofagasta. Al menos quieren que el fútbol chileno se reanude. Tampoco es factor Claro Mimica: hizo el negocio del siglo con el gesto, un contrato para estudiar en las universidades, de Reynaldo Sánchez, se fue para la casa pochito y el CDF dejó de ser, al fin, un avispero con delatores, chivatos y malas prácticas.

Los nuevos personajes, que en 2012 no estaban, son un grupo de clubes, entonces era solo uno, en manos de representantes, que se tiran jugadores de una institución a otra, sacan y meten técnicos en cualquier momento y les importa un comino si se juega o no se juega. Tras ellos está un personaje de gran poder y poca figuración: Victoriano Cerda, controlador de Huachipato. Mentor de Sebastián Moreno, comenzó a maniobrar para sacarlo de la ANFP cuando se dio cuenta de que no se transformaría en el regente del fútbol chileno como aspiraba. Ahora, con sus nuevos amigos, arremete una vez más y va a por todas. Y ese a por todas, incluye en el pack dar por terminado el campeonato 2020 y finiquitar hasta el gato. Incluso hay ideas más locas en ese caliente grupo de Whatsapp de los llamados golpistas, como desconocer el contrato con Turner y salir a revender los derechos de televisión. Como lo hizo Grondona en 2008 rompiendo el acuerdo con TyC y entregando el fútbol argentino a la televisión estatal por una generosa suma.

Las cosas se distorsionaron a tal nivel, que el llamado eje del mal de la elección anterior, ahora son los razonables y los que piensan en el bien común. Como dije en otra columna, la serie El Presidente es un sketch del Festival de la Una al lado de la realidad.