Para entender: Niemann devuelve un domingo de los de antes
Gracias a la televisión y las redes sociales, que va a ser el escenario al que acostumbrarse durante un buen tiempo, el fin de semana se pareció bastante al que se solía disfrutar antes del ataque del virus. Con el consuelo de la realidad paralela que constituye el deporte de altos vuelos para abstraerse durante un rato de las malas noticias. Y ahí tuvo mucho que ver Joaquín Niemann, el mejor chileno del momento y posiblemente también de hace muchos momentos (aunque así no lo viera la ministra en los polémicos y recientes premios nacionales del Deporte), que ofreció una actuación maravillosa en Hilton Head, al borde de la conquista de su segundo título en el PGA. El nivel del chileno es de primer orden mundial.
No hubo corona finalmente el domingo, pero casi. Pagó Joaco finalmente su gris comienzo del jueves y los sudores para pasar incluso el corte. Pero su actuación del sábado, el mejor de su vida, fue antológica, con ocho birdies y ningún error. Y la de ayer no llegó a tanto, pero fue igualmente grandiosa, con un eagle, cinco birdies y, justo cuando portaba el liderato, un bogey en el hoyo 17 que lo estropeó todo. Un solo error pero con valor campeonato. Así es el golf.
Pero Niemann volvió a recordar que se asiste a un deportista de primerísima fila, con un techo por descubrir y mucha carne de portada por delante. Dejó golpes formidables, buena toma de decisiones, dominio del green y una serenidad y concentración insultante. Podría jugar con una taza de café caliente en una mano y no derramaría una gota. Esa cabeza chilena promete muchas alegrías y anuncia tardes obligadas de fin de semana pegadas al televisor.
Aparte de la lluvia, que apareció y desapareció por el torneo de golf en Carolina del Sur, el verdadero contratiempo lo puso el contagio por coronavirus de uno de los participantes. Nick Watney , tras jugar el jueves, tuvo que retirarse el viernes cuando dio positivo por Covid 19 en un control. Un hecho que puso en aprietos y hasta en entredicho el protocolo sanitario. El torneo prosiguió como si nada. Sin noticias por ahora de más afectados. No así en el desafiante de tenis organizado por Djokovic, que tiene a todos temblando tras el anuncio del búlgaro Dimitrov, que jugó el sábado, de que también le alcanzó el virus. Pidió perdón y mucho cuidado a los que compartieron con él estos días y la competición sí se suspendió. La final quedó en el aire. Golpes de realidad en ese intento por disfrazar de normalidad en plena pandemia la vuelta a las canchas.
Como las del fútbol europeo, que sigue a paso firme en su retorno por las grandes ligas. Con una anormalidad (el empate ante el Everton del todopoderoso Liverpool, aunque tiene el título inglés más que agarrado) y mucho de lo de siempre: el nuevo Alexis menor e intrascendente (Conte solo le concedió siete minutos de juego en la victoria del Inter) y al Madrid otra vez al frente de la Liga española con toda la polémica de su lado. Le anulan goles a sus rivales que nadie se explica. No por lo menos Piqué o Vidal, que ya han soltado su ingenio por redes o micrófonos para ironizar con unas ayudas arbitrales de las que, según entienden, goza su contrincante por el título. Lo dicho, el fútbol de toda la vida.
El domingo tuvo hasta el anuncio, aunque no oficial, de un fichaje con su punto de morbo. Fabián Orellana va por su sexta camiseta en España. Tras Xerez, Granada, Celta, Valencia y Éibar, ayer se supo de su compromiso con el Valladolid para la próxima temporada. Y no es un destino cualquiera. Es una plaza con melancolía chilena, donde el Pato Yáñez es considerado algo así como Dios y Vicente Cantatore, Jorge Aravena y Óscar Wirth, unos ángeles. Pero además es el club de Ronaldo, el bueno, el brasileño que corría con el balón como si fuera una manada de búfalos. Un jefe de lo más mediático.
Así que entre palos de golf, goles, polémica y fichajes, mientras en suelo chileno todavía se hacen cuentas y pronósticos de cómo y cuándo volver a la normalidad deportiva, gracias a la televisión, se tuvo la sensación de estar en un fin de semana de los de antes. Fue lo más parecido a un domingo cualquiera. Algo que se creía tan poca cosa y ahora sabe al mejor de los tesoros. Gracias sobre todo a Niemann. Un fenómeno.
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