Parecía destinado, condenado casi, a ser una vez más el héroe del Superclásico. En su gran temporada anotadora, ante una de sus víctimas predilectas y con el récord de Carlos Campos a tiro, todos aguardaban la mejor versión de Paredes. Pero poco o nada distinguió ayer al capitán albo de la gigantografía de papel con su imagen que fue desplegada tras el arco norte al comienzo del encuentro. Un símbolo tan presente como finalmente intrascendente por lo que hizo en la cancha.

Y es que la aportación del 7 albo a la limpieza del área de Johnny Herrera, inundada de serpentinas y objetos lanzados desde la tribuna durante toda la segunda parte; y su papel como elemento apaciguador del descontrolado ánimo de su hinchada; fue mucho mayor que su desequilibrio al servicio del equipo. Dos tiros libres con peligro, un par de túneles frustrados y un vehemente reclamo a Bascuñán que bien podría traerle problemas con el Tribunal de Disciplina, fueron su contribución a la causa.

Un duelo del que el insaciable goleador se marchó esta vez de vacío (aunque aclamado igualmente por su incondicional hinchada) y en completo silencio, huyendo por una puerta trasera del estadio y sin realizar declaraciones. Como si a la fiesta de Paredes tan solo hubiera faltado Paredes.