Esta tarde, en el Estadio Olímpico de Sochi, Rusia y Croacia pelearán por una plaza en semifinales, pero también por reescribir la historia de sus respectivos países (los de ahora y los de antes) en la Copa del Mundo.

El exultante combinado anfitrión, verdugo de España en octavos, ha firmado ya, pase lo que pase, su mejor participación mundialista como estado independiente, pues jamás había alcanzado a disputar, desde la caída del Muro, una ronda eliminatoria del máximo certamen planetario. Con la moral reforzada tras su heroica clasificación en la tanda de penales, el combinado dirigido por Cherchesov tiene la posibilidad de emular hoy el mejor cometido realizado en un Mundial por la Unión Soviética (cuarta en Inglaterra 66), tras más de medio siglo.

Para ello contará con el aliento de su apasionada hinchada y apelará, una vez más, a su fortaleza defensiva como herramienta de supervivencia y al gigante Dzyuba como su tabla de salvación en ataque.

Pero la empresa de instalarse entre los cuatro mejores no será fácil. Y es que la sólida, dominante y creativa Croacia de Dalic -que dejó algunas dudas en su llave de octavos ante Dinamarca- tiene también una cita con la historia en Sochi. Y es que de vencer no sólo igualará el mejor resultado obtenido en un Mundial por la extinta Yugoslavia (cuarta en Chile 62), sino que regresará también, dos decenios después de la revolución futbolística obrada en Francia 98, a su techo histórico como país soberano, fijado en semifinales. Veinte años no es nada para Modric y Rakitic.