En menos de siete días la selección adulta, sobre la cual estaban construidas todas las expectativas posibles, quedó eliminada de Rusia 2018 al ser goleada en Brasil, y la Sub 17, sobre la cual no había mayores esperanzas, fue apeada del Mundial en India rindiendo a un nivel que ni el más pesimista de los hinchas hubiera imaginado.
Por arriba y por abajo el fútbol chileno descarriló internacionalmente. Y si a eso le sumamos que nuestros clubes no son competitivos en la Libertadores y la Sudamericana, celebramos pasar una ronda, el panorama es extremadamente sombrío. Bonita primera línea de árboles era la mentada generación dorada. Esa generación, que en rigor fueron cuatro o cinco jugadores bien acompañados por otros, supo ocultar todos los males del fútbol chileno. Agarrados de la pisadera de sus dos copas América, dos Mundiales y la final de la Copa Confederaciones, el resto de la actividad supo crear una imagen de robustez y competencia que en realidad no existía.
La señal de alarma, hace años que suena, está en las selecciones menores. De pelear la clasificación a los mundiales, pasamos a la modesta aspiración de sacar un puntito. A nivel Sub 20 o Sub 17 no es raro que Chile pierda cuatro de cinco partidos en los sudamericanos. Ni hablar de clasificar a unos Juegos Olímpicos. Los entrenadores son más eficientes para dar explicaciones que para armar un equipo.
Por eso fue tan celebrado, en su momento, el equipo de Hernán Caputto: con muy poquito, logró meterse en el Mundial de la India. Esa clasificación fue una oda al fútbol de esfuerzo, aplicación y marca. Chile, como se señaló en su momento, parecía una selección noruega o búlgara. Mucho correr, meter, marcar, mucho balón parado, mucha pizarra. Pero no había nada de imaginación, toque gambeta y creatividad o improvisación. Este equipo de Caputto no tenía un solo jugador diferente, que pudiera resolver con pura improvisación. Pero ninguno. ¿No hay en todo Chile un muchacho de 16 años que la pise, amague y meta un cambio de frente? Los rivales del Mundial Sub 17, que habían visto los videos de Chile en el Sudamericano, supieron neutralizar las pocas y esforzadas virtudes del equipo y profundizaron todas sus carencias. En tres partidos el equipo de Caputto apenas remató al arco y casi no se creó ocasiones de anotar. La imagen final, defendiendo con nueve contra México pese a que se necesitaba ganar, es una clara y preocupante postal: Chile peleaba por no ser último en el Mundial (bajo India, Corea del Norte y Nueva Caledonia) y no por lograr la clasificación a la siguiente ronda.
Tras la eliminación de los adultos del Mundial de Rusia, mucho se habla del sistema que usaron los alemanes para levantar su fútbol tras la Eurocopa 2000, o de la escuela española que tantos triunfos recientes acumula, o del trabajo que se hace en Francia. Suena bonito y atingente aplicar esos planes maximalistas para nuestro fútbol. Bonito sí, pero son propuestas para la galería ¿Se está trabajando mal a nivel de inferiores? Seguro. Pero el problema es otro ¿Hay material para alimentar con jugadores competitivos las futuras selecciones? Tengo serias dudas. Mucha escuela de fútbol, mucho peto, mucha cancha sintética, mucho papá presionando a sus hijos, mucho lenguaje técnico de escuela de entrenadores. Pero los cabros ya no saben gambetear, no saben improvisar, no crean, no tienen picardía. Sólo corren. En Chile ya no se juega en la calle, en las plazas o en los descampados. Las benditas escuelas de fútbol se tomaron la fase inicial de aprendizaje, donde el niño juega por placer y diversión. A los ocho años los quieren mecanizar. Y más encima hay que pagar. Esta Sub 17 fue un avance de lo que viene: patadurismo. En un tiempo más, no tanto parece, jugadores como Alexis Sánchez, David Pizarro o Marcelo Salas van a ser apenas un recuerdo.