El verde de la marihuana abunda, no así el de Carabineros. Los hinchas se pasean con el pito en la derecha y la cerveza en la izquierda como si estuvieran en el patio de su casa. Algunos se acompañan de una botella de whisky a medio acabar, aunque el trago favorito es el vino. Hace frío y hay que preparar la garganta para alentar.

Es sábado por la noche en la población José María Caro, en Lo Espejo. Las semifinales del Campeonato Regional de Clubes Campeones y Vicecampeones, que organiza la ANFA, se disputan en la sede de la calle La Habana, en aquel momento intransitable por el tropel que desea ingresar. La entrada cuesta 1.500 pesos y hay fila para comprar. En la puerta, un solitario carabinero revisa las mochilas en un procedimiento poco habitual. "Es que hay mucha gente, es el clásico", señala, sin dejar de mirar al frente. El Polonia juega contra el Juventud Esfuerzo por el paso a la final, ambos de la Caro. Hay rivalidad, expectación y tensión.

Dentro, el territorio es hostil. Es zona no explorada, de exclusión para los extraños. Los vecinos reconocen de un vistazo al forastero, al que no pertenece, al que no debería estar ahí. No basta con caminar con la cabeza gacha, sin mirar a la cara. Nadie escapa al atento y avasallador escrutinio del choro; menos un periodista y su fotógrafo.

"¿Qué hueá, andai sapeando?", interroga un hincha desde la galería cuando la cámara que parecía oculta dispara por primera vez. Sin embargo, al final sopesa que no se trata de ninguna amenaza y pide un retrato para todos: "Aquí po', una foto pa' la mejor barra del mundo. ¡Cómo que cuál! ¡La del Polonia po' mijo!".

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Carabineros se enfrentan a barristas del Juventud Norambuena. Foto: Rudy Muñoz[/caption]

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A Jaime Mulet, diputado por la Región de Atacama, le llegaron tantos reportes de violencia en el fútbol amateur que tomó cartas en el asunto: presentar un proyecto de ley que modifica la Ley N° 19.327, de derechos y deberes en los espectáculos de fútbol profesional: la de Estadio Seguro. ¿El objetivo? Extender ciertas disposiciones hasta el fútbol no profesional, al menos glamoroso, al más descuidado.

En el proyecto se enumeran los episodios de delincuencia más notorios ocurridos en el último tiempo: desde un jugador baleado en ambas piernas en Concepción en 2018, pasando por un intercambio de piedras, palos y perdigones en Valparaíso luego de que Los Húsares de Calle Larga perdieran contra el Lord Cochrane, hasta una batalla campal entre Valdivia de Paine y Santa Eugenia, en abril pasado. No obstante, afuera del listado quedó uno de los episodios más violentos de 2019, cuando en Buin, durante un amistoso entre clubes de La Pintana y La Granja, una pelea terminó con balazos y un fallecido.

"Hay normas relevantes como el derecho de admisión, la calificación de ciertos delitos que tienen penas más graves, las prohibiciones a los dirigentes para que no puedan estar en los clubes; que ayudarían a reforzar aspectos de seguridad en estos partidos", explica Mulet.

Si bien en el proyecto aún no se define qué es fútbol amateur y, por consiguiente, a qué partidos se aplicaría la ley, para Mulet es un "buen proyecto". "Lo de la cantidad de efectivos policiales hay que verlo, pero todas las otras normas que comenté son perfectamente viables", asevera. El proyecto se discutirá en la Comisión de Deportes del Congreso en las próximas semanas.

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Literalmente, voló. La patada del jugador del Polonia a otro del Esfuerzo no dejó indiferente a nadie. El equipo de la víctima pedía la expulsión inmediata del agresor; la barra polaca gritaba, a su manera, que no era para tanto. El árbitro, que ya había recibido amenazas del 9 del Polonia -"Después si hacimo algo..."-, solo sancionó con amarilla una falta que hubiese sido roja en cualquier otra parte del mundo. Pero al menos hubo sanción.

18 de mayo. Fase de grupos. Terminando el primer tiempo, un jugador de Las Mercedes yace en el pasto por una falta. Súbitamente, su infractor del Juventud Norambuena lo remata con un sonoro puñetazo en el rostro. El árbitro no ve la agresión, o finge no percatarse para que el partido no se le escape de las manos. Quizás, solo miedo es lo que le impidió pitar. El partido se reanuda y tras los 90', el Norambuena se lleva la victoria, sumando puntos clave para su posterior paso a semifinales.

"Creo que no he sentido miedo, hay tensiones, harto nerviosismo, pero no miedo. Nosotros nos preocupamos de que el control del partido esté dentro de la cancha, no tomamos en cuenta a la gente de afuera", opina Leandro Salinas, árbitro de la Asociación Arbistaff, que dirige para ANFA cuando le son asignados partidos, donde cobra alrededor de 30 mil pesos. Es quien no castigó el combo flagrante.

"Así como a los jugadores les gusta jugar a la pelota, a nosotros nos gusta tocar el pito, mostrar las tarjetas y sancionar penales. Cuando se sanciona un penal, es el momento en el que el árbitro se tiene que mostrar. Es un orgasmo que uno siente", relata Óscar Eli, quien tiene 33 años pero arbitra hace 18.

"Si me das a elegir, yo siempre voy a preferir venir a Puente Alto por sobre ir a meterme a la José María Caro. Esa cancha no te da seguridad. No tiene mallas y las entradas son complicadas. Es una cancha más de barrio, la de Puente Alto es un estadio y siempre hay gente", añade.

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Hincha del Juventud Norambuena reclama al juez tras perder la final con Polonia. Foto: Rudy Muñoz[/caption]

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"¡Eso se llama, hueones, tener sentimiento!". La hinchada del Juventud Esfuerzo incrementa los decibeles cuando el Polonia les anota tras un error del arquero. Van perdiendo con la pelota, aunque en la guerra de cánticos sí golean. El bombo y la trompeta no dejan de tocar, intentando provocar el mismo impacto de los fuegos artificiales con los que la barra rival recibió a sus jugadores al comienzo del partido.

"Con los fuegos artificiales no puedes hacer mucho porque los tiran fuera, en pasajes por ahí. Cuando estallan, no alcanzas a llegar", comenta el jefe de servicio presente en el partido por pedido de la ANFA; "siempre venimos, es más que nada por prevención. El árbitro debe controlar y pedir ayuda si es necesario. Generalmente no toca actuar".

En una ocasión, relata el uniformado, un club de La Legua fue hasta Lo Espejo para enfrentarse a otro de la José María Caro. Durante el partido, un jugador visitante se enfrascó en una violenta pelea con el equipo local. Cuando quería irse a su casa tras el encuentro se encontró con su motocicleta totalmente quemada.

Sobre el consumo de drogas en las galerías, dice: "Está prohibido, lógicamente, pero es más el trámite llevar a alguien a la comisaría. Acá fumar marihuana es como fumar cigarro. En caso de tráfico tendría que actuar, pero no he visto".

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"¡Te parai con los puro' cabro' chico', sapo conchetumare! ¿Qué? Te espero afuera poh'". Un aficionado del Esfuerzo encara al ariete del Polonia tras cometerle una dura falta a un joven jugador. Solo unos metros los separan y la respuesta es inmediata: "A la salida, pajarón culiao".

El hombre se arriesga en pos de defender a los suyos. Es consciente de que el delantero, si quiere, puede saltar la humilde y frágil malla que rodea la cancha para golpearlo, pero lo hace igual. Fanatismo casi irracional.

Hay hinchas que sienten tanto los colores que se tatúan el escudo del club en la espalda. Otros, que pese a una posición aventajada, acaso más pública, no se olvidan de sus raíces y siguen apoyando a los amigos del club de barrio. Es el caso de Javier Parraguez, delantero de Colo Colo, que en la mañana del 18 de mayo empataba con la U en el Superclásico, pero en la tarde se sentaba en el Municipal de Puente Alto a ver el partido entre el Nueva Estrella y Estrella Nacional.

"Acá se ve un fútbol distinto, con mucha más picardía. Sin tanta seriedad como en el profesional. Uno viene a recordar las raíces y lo que costó llegar a donde uno está", sostiene. "Hay muchas diferencias con el fútbol profesional. En tácticas y calidad de jugadores. Todo nace de acá, de la pobla, del barrio, el sector donde uno nace", agrega.

Y es por esa pasión por el barrio que el atacante lanza una promesa: "Uno siempre va a ser jugador. Aunque uno se retire, siempre va a seguir ligado al fútbol. Si me preguntas a mí, voy a jugar hasta que no pueda más, ya sea en la liga profesional o la amateur".

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"Cada día le encuentro más sentido al fútbol amateur. El club deportivo, el de barrio, es probablemente el último centro social que existe. Las juntas de vecino están en crisis, pero esto lo comparten todos ya que involucra a las familias. Desde preparar los sándwiches a las rifas para las camisetas. Involucra a hombres, mujeres y niños", analiza el sociólogo Andrés Parra. "Se genera identidad. Hay algo medio religioso, porque el domingo asisten todos los parroquianos a la cancha a tal hora, con sus colores, sus camisetas, y participan de esto", complementa.

Para el académico, el club de barrio se alza como una esperanza ante la globalización de los clubes de fútbol: "Hay más niños que son hinchas del Barcelona o del Real Madrid que de clubes propios. No obstante, el que se lleva realmente en la piel es el de barrio, porque lo tienes a la mano, a dos cuadras. Cuando están todos mirando hacia afuera y se ve todo tan lejano, de repente es una esperanza para vivir algo propio, en tu entorno, en tu barrio, para pertenecer". Parra argumenta que el fútbol de barrio no debe criminalizarse, sino cuidarse.

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La barra de Juventud Esfuerzo lanza bengalas mientras los jugadores ingresan a la cancha. Foto: Rudy Muñoz[/caption]

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"El partido lo ganamos, hueones. Hoy día la vamos a romper, culiaos". Es el día de la final en San Bernardo y el capitán del Juventud Norambuena acaudilla a sus compañeros. En frente está el Polonia, que llegó al último partido tras vencer por 2-0 al Juventud Esfuerzo.

Los jugadores ingresan a la cancha tomando a niños de la mano, mientras en el cielo retumban los fuegos de artificio, se elevan los globos y el polvo de los extintores lo envuelve todo.

Un espectáculo a la vieja usanza que terminó empañado no por lo sucedido en la cancha -el Polonia se coronó campeón en penales tras un soporífero empate a cero-, sino por los incidentes al final del partido.

Durante siete minutos la hinchada del Norambuena levantó polvo con Carabineros luego de que los primeros los acusaran de pasar a llevar a una niña. Siete minutos en los que un uniformado herido y tres balazos al aire se quedan grabados en la gente en vez de, por ejemplo, Nicolás Opazo, el arquero que tapó dos penales y convirtió uno para el cuadro campeón. Y es que al final, indefectiblemente, el fútbol amateur termina reducido a eso: pelota, combos, marihuana y barrio.