Hay momentos en que cuesta entender a Guillermo Hoyos. Uno de ellos fue ante Palestino. Ni siquiera la victoria por 2-1 lo exculpa de todo lo malo que planificó. Y es que más allá de haber guardado jugadores para la semifinal de vuelta de la Copa Chile ante Antofagasta, no hay una explicación coherente para la formación con que arrancó el compromiso. Y que sólo le terminó solucionando, una vez más, el oportunismo de Mauricio Pinilla.

Todo lo bueno que había mostrado la U en las últimas semanas, volviendo a ocupar dos extremos, dándole mayor profundidad al equipo, de pronto decidió tirarlo a la basura. Y en contrapartida, armó una oncena plagada de mediocampistas trajinadores, que no saben qué hacer con el balón en los últimos 30 metros de la cancha. Eso dejó a Pinilla y Guerra, los circunstanciales delanteros, totalmente desabastecidos. Sin nadie que los buscara de manera correcta. Obligándolos en el primer tiempo a tirarse hacia los costados para entrar en contacto con el balón.

Curiosamente, a diferencia de su rival, Palestino ingresó con tres volantes ofensivos y prácticamente nunca tuvo la pelota en esos 45 minutos iniciales. Tampoco le interesó demasiado. Pero entendió que simplemente retrocediendo hasta las proximidades de su área resolvía el tema defensivo. Hasta desatendió las bandas, asumiendo que por el centro tenía suficientes hombres para romper cualquier jugada.

El partido era una lluvia de balonazos desde todos los costados. Pero la U ni siquiera por esa vía inquietaba. En esa madeja que armó Cavalieri, Cereceda anticipó en su propio campo de Beausejour y tras recorrer 60 metros libre de marca, sacudió el Nacional con un zurdazo bajo, que en su trayectoria se desvió en un zaguero, lo que hizo estéril el vuelo de Herrera. Receta simple. Nada del otro mundo. Pero suficiente para desenmascarar el entuerto futbolístico que planteaba Hoyos.

Si en el primer tiempo costaba descifrar lo del técnico azul, en el complemento simplemente terminó por confundir hasta al más fanático. Porque sumó dos delanteros más, apurado el ingreso de Isaac Díaz por el lesionado Beausejour, insistiendo en la búsqueda de los pelotazos desde los costados. De circuitos futbolísticos, ni hablar.

Entre tanta confusión, Palestino y también el árbitro le dieron una mano a Hoyos. El primero porque siguió renunciando a tener el balón pese al enorme vacío que tenía la U sobre todo por el costado izquierdo por detrás del recién ingresado Arancibia. Entonces, siguió refugiándose cerca de su área apelando a romper cuanto centro llegara a esa zona. Y Osorio también entró en escena sancionando un dudoso penal, que transformaría en gol Pinilla. Rodríguez cayó en el área sin que Cereceda haya hecho demasiado por botarlo. Pero el juez vio otra cosa.

Con el empate, se acentuó la fórmula de la U, insistiendo con balonazos cruzados. Palestino seguía cerca de su área, sin que ninguno de sus nominales volantes ofensivos tuviese la personalidad para asomar en el partido. Ni Pino, ni Rojas ni Carmona daban señales de vida, lo que le permitía al cuadro azul estar siempre encima de Melo. Con mucho desorden, pero imponiendo superioridad numérica en los últimos metros de la cancha.

Así, de tanto llover el balón sobre las barbas de Melo, Pinilla capturó un mal despeje del fondo árabe y con un zurdazo alto hizo estallar Ñuñoa. Era tan frágil el libreto de Cavalieri que estaba claro que una mínima falla en el tramo final sería letal. Claro, también había que tener la calidad del ariete azul para dibujar esa parábola en el arco sur.

Aquella brillante jugada, que poco tenía que ver con la estética del partido, le bastó a la U para imponerse y seguir en carrera por el título. Eso sí, las decisiones de Hoyos siguen jugando en contra de un equipo al que le falta estabilización y le sobra ímpetu. Pero que en esta recta final de la temporada necesita más que nunca de tranquilidad para seguir soñando con el bicampeonato.