Corría el minuto 66 del partido entre Wanderers y la U en el Estadio Elías Figueroa, y el técnico azul Guillermo Hoyos ordenaba el ingreso a la cancha de quién dio que hablar durante toda la semana. Ahí es cuando el volante David Pizarro recibió el mayor desprecio de parte de los fanáticos caturros, quienes le dedicaron ofensivos cánticos con insultos, aludiendo también al cariño que le habían entregado cuando volvió al puerto, dos años atrás.

Pero el Fantasista demostró su calidad, su profesionalismo y la valentía que ayer su propia madre anticipaba que tendría para pararse enfrente de las tribunas verdes, y hacer oídos sordos a la lluvia de insultos. Davicho ignoró los cantos en su contra y las ofensas que caían desde la tribuna bajo marquesina -la más cercana a los jugadores-, de parte de esos insufribles hinchas que se creen con el derecho de gritar lo que se les antoje. "Traidor" y "vendido" fue lo más suave que se escuchó, sin embargo, Pizarro optó por agradecer el apoyo brindado por la parcialidad azul alojada en el sector sur, la que coreó su nombre y lo alentó más que nunca. Fue el jugador que más devolvió los aplausos una vez abrochada la victoria.

En el plano futbolístico, el Fantasista mostró gran nivel, manejó los tiempos de su equipo, gambeteó para deleite de los espectadores visitantes y la rabia de los caturros, y recibió un par de fuertes faltas que lo dejaron por un rato tendido en el suelo. Sobre todo la del defensa Andrés Robles, que se ganó tarjeta amarilla. Y también los duros epítetos de los compañeros del volante, entre ellos Caroca y Echeverría, que salieron raudos en su defensa apenas cayo al suelo.

Antes y después de aquella jugada, Pizarro fue fuertemente pifiado cada vez que tocó el balón. Pero el clima hostil que bajaba desde las tribunas no lo cohibieron. Incluso, sobre el final se dio el gusto de sacarse a dos rivales pegado a la línea de costado, recordando los buenos viejos tiempos, cuando resultaba imposible de frenar con el balón pegado al pie. Cada insulto en su contra que atravesaba el cielo de Playa Ancha, Pek lo transformaba en una pisada o una gambeta.

"Estaba muy entusiasmado. Es un caballero, da gusto conversar con él. No hago nunca las cosas dictatorialmente, lo mismo es siempre conversar y ver lo mejor del equipo. Que no haya sido titular, no fue por el ambiente, no tiene nada que ver", explicó Hoyos.

Las medidas para resguardar la seguridad de Pek fueron evidentes. El bus de los universitarios llegó temprano al recinto de Playa Ancha y los jugadores bajaron de él una vez cerradas las puertas del estacionamiento. Pasó lo mismo a la salida, con un amplio contingente policial. Así, no hubo manifestaciones hostiles de los Panzers -los barra brava porteños- en las calles, como se había amenazado. También desde camarines hasta la banca, estuvo escoltado de manera especial por dos guardias y no se vieron lienzos con frases en su contra salvo uno: su rostro dibujado y tachado con una cruz.

Sin importar el contexto, Pizarro fue quien más disfrutó del triunfo en su natal Valparaíso.