El mejor futbolista del planeta es croata. Y se llama Luka Modric. Al menos esa es la determinación que adoptó ayer la FIFA, que decidió distinguir al capitán del conjunto balcánico con el Balón de Oro, es decir, con el premio al mejor jugador del torneo más importante del mundo. El mejor de una cita que reúne a los mejores. Un galardón subjetivo para reconocer el talento objetivo de un centrocampista total, el faro de la Croacia más luminosa de todos los tiempos, un tipo capaz de brillar incluso en la derrota.
Un trofeo individual, el Balón de Oro de la Copa del Mundo, que no recae en ningún futbolista campeón del certamen desde que el brasileño Romario fuera condecorado con esta distinción en Estados Unidos 1994 (ver cuadro), tras el triunfo de su selección en los penales ante Italia, y de cuyo veredicto se encargó el Comité Técnico de la FIFA, integrado por el holandés Van Basten, el serbio Milutinovic, el brasileño Parreira, el nigeriano Amunike y el escocés Roxburgh. Eden Hazard (Balón de Plata) y Antoine Griezmann (Balón de Bronce) escoltaron al centrocampista del Real Madrid en el olimpo de Rusia 2018.
"Me ha gustado el reconocimiento, pero me hubiese gustado más ganar este Mundial. No ha podido ser y ahora hay que descansar bien y en los próximos días celebrar esto, porque aunque la sensación es agridulce, para Croacia es algo muy grande", reconocía el propio Modric tras recoger el trofeo bajo el diluvio de Moscú y luego de recibir el abrazo afectuoso en plena cancha de la presidenta de su país, Kolinda Grabar.
Ironías o no, el prestigioso galardón, el primero que gana un futbolista croata en toda la historia, el 10 de la ajedrezada lo recibió tras completar el que fue, probablemente, su partido más discreto en territorio ruso. Ahogado durante la primera mitad por Kanté, seguramente la peor pareja de baile que uno puede tener a campo abierto, la incidencia de Luka Modric en el juego de su equipo fue mucho menor que la que su selección, y el escenario del encuentro, demandaban. Así con todo, su conmovedor despliegue físico al servicio del grupo, su preclara cabeza y ese amor propio que desprende y contagia el nacido en Zaton Obrovacki cada vez que pisa una cancha de fútbol, permitieron a la Vatreni despedirse del Mundial sin renunciar nunca a sus principios. Sin claudicar nunca.
"Perder nunca es fácil, pero estamos orgullosos y nos vamos con la cabeza alta. No podemos reprocharnos nada porque nos dejamos la piel en el campo", manifestó el mediocampista de 32 años, para después agregar: "Hemos sentido el amor y el cariño del mundo, lo agradecemos, pero estamos tristes por no haber podido ganar".
Con siete partidos jugados, un total de 694 minutos disputados (tres prórrogas incluidas) y nada menos que 72,3 kilómetros en las piernas, se fue del Mundial el capitán de la mejor selección croata de todos los tiempos. Dos goles en su haber, una asistencia y la friolera de 523 pases al compañero (439 de ellos correctos), sumó también el flamante Balón de Oro, que no dudó en compartir su premio e intercambiar elogios con su otra mitad en la medular de Croacia, Ivan Rakitic, al término de la gran final. Porque la causa de Modric, y eso quedó muy claro en Rusia, es la causa de todos. También su premio, pues pese a la derrota, la revolución que la selección balcánica obró en la Copa del Mundo será imperecedera.
El otro Balón de Oro, el que entrega la revista France Football, será el próximo desafío individual del volante, que ya levantó, en un 2018 de ensueño, la Champions League con el Madrid esta temporada. La empresa no será sencilla, pero nada parece imposible ya para el pequeño líder croata, el dorado capitán de la Vatreni.