Poseídos
Lo mejor del fútbol es su capacidad infinita de mutar, adaptarse y escabullir cualquier absoluto que se le quiere imponer. Cuando parece que la innovación ya no puede ser superada, que ya no queda nada por ver, de improviso todo cambia y las ideologías totalitarias caen hasta convertirse en detritos. Hace unos 15 años se señalaba que el 4-4-2 estaba matando el fútbol, que no había cómo romper esas formaciones cerradas que achicaban todos los espacios y no dejaban márgenes de maniobra. Entonces emergió el Barcelona de Guardiola, el capítulo último de la escuela holandesa, y con toque y posesión terminó por liquidar el anquilosado 4-4-2.
Todos sucumbieron ante el cambio. Comenzando por la propia selección española, que olvidó la furia centenaria. Siguiendo por los mismos alemanes, que dejaron de lado la clásica máquina física por el juego asociado y construido desde la primera línea. Se veía tan lindo. No había cómo no quererlo. Pelota a ras de piso, paredes, toques, laterales que se iban en ataque, triangulaciones: tiki, tiki, tiki. Dos títulos mundiales consecutivos callaban cualquier escepticismo.
Pero bastaron sólo cuatro años para obligarnos a revisar una vez más los cuadernos y poner en duda el último paradigma. Como siempre ocurre, los rivales comenzaron a avivarse, le agarraron la mano al tiki tiki, y, en vez de salir a presionar, casi una obligación en el fútbol moderno, y desgastarse corriendo detrás de la pelota, se quedaron esperando en su zona, dejando que el rival tocara todo lo que quisiera. Total, cuando decidieran verticalizar, se iban a encontrar con todos los accesos cerrados.
Entonces, como se ha visto en Rusia, la mera posesión y el buen toque ya no alcanzan. Tenerla, en este Mundial, es casi irrelevante. Lo que vale es cuántas acciones de gol se generan y cuántas se convierten. No es cuestión de poseer la pelota, sino, qué hacer con ella. Uruguay, por ejemplo, llega cinco veces y mete dos. Listo. Y tiene su arco cerrado con candado. Suena muy antiguo, pero es el último alarido de la moda. Sí, el pantalón pata de elefante ya no se usa, pero capaz que vuelva en dos años, como volvieron la barbas de Amish, que databan de 1814.
España tuvo casi un 80% de posesión ante Rusia, pero remató apenas tres veces al marco en 120 minutos. Y sólo convirtió con un autogol que debe estar en la antología de los goles más feos de la historia. Alemania se cansó de tocarla ¿Y? Cero, de regreso a casa en la ronda de grupos por primera vez. Argentina también la tuvo mucho, pero cada vez que la perdía tenía que ir a buscarla al fondo del arco. Tanta exuberancia y demostración de técnica inútil y tan poca eficacia como consecuencia. Lord Byron escribió hace dos siglos que un pequeño templo de mármol es superior a una montaña de escombros.
Siempre existirá una competencia paralela a la que se verifica en la cancha: la de los conceptos, donde la rebeldía, el protagonismo y la posesión ganaban por goleada y eran campeones invictos hace una década. Hoy hay que revisar los libros. Pues en la competencia real, la que se juega con pelota y en la cancha, ahora están ganando los que saben lo que hacen y conocen sus limitaciones, los odiados pragmáticos carentes de discursos seductores, de literatura celebratoria y de talibanes en las redes sociales. Óscar Washigton Tabárez, desde sus muletas, lo dijo hace pocos días: "El fútbol es equilibrio". Historia vieja. El fallecido entrenador brasileño Elba de Padua Lima, Tim, ya lo había explicado hace cincuenta años con peras y manzanas: "El fútbol es una manta corta. Si te tapas la cara, te destapas los pies. Y viceversa".
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