George Tawlon Manneh Oppong Ousman Weah tuvo que esforzarse. Y mucho. Nació en Clara Town, un campamento en la isla Bushrod, ubicada en medio de los brazos de los ríos Saint Paul y Mesurado, el arroyo Stockton y el oceáno Pacífico. Está en los extramuros de Monrovia, la capital de Liberia, y se caracteriza por ser un lugar donde llegan las basuras de buena parte de la urbe. El lugar es conocido como la Comunidad del esfuerzo, porque sus habitantes tienen que combatir no sólo los desechos de sus compatriotas, sino que también las inundaciones y la invasión de ratas e insectos.
Además, sería criado por su abuela y una tía poco mayor que él, Rebeca Lambe, quien aún recuerda como compartían una menuda esterilla sobre el suelo de tierra.
Con los años todo eso quedaría atrás y se ahorraría tiempo para nombrarlo, pero no para elogiarlo: simplemente George Weah, quien se convertiría en el futbolista africano más importante del siglo XX, según la elección realizada por la federación continental, la CAF.
El camino como futbolista fue igualmente duro, al menos en sus inicios. Su primera camiseta lo dice todo: defendió al Young Survivors Claratown, el cuadro que representaba a su campamento, favela o chabola, como quiera decirlo. Luego pasó a jugar en la primera liga local, donde el profesionalismo parece un asunto muy lejano; tanto así, que aparte de jugar, Weah tuvo que trabajar como operador telefónico para poder llevar dinero a su familia.
A los 21 años tuvo la fortuna de pasar a un equipo camerunés, donde recibía un sueldo modesto, pero suficiente para concentrarse sólo en el deporte. Y, además, un dato clave: como ex colonia francesa, el país de la costa occidental era y es una constante cantera de talentos para la liga francesa. De este modo, luego de una temporada en el Tonnerre Yaoundé, un veedor del Monaco le dio el dato al joven entrenador de los monesgascos: Arsène Wenger, quien iniciaba su carrera como entrenador.
Luego vinieron sus èxitos en el PSG y Milan, ademàs de dos breves e infructuosos pasos por Chelsea y Manchester City. El cierre de su carrera, no obstante, se produciría en el Al Jazeera, de los Emiratos Árabes Unidos. Una trayectoria brillante, que bien pudo haber sido aún mas prolífica de haber nacido en un país con mayor tradición futbolística, con más recursos y con formación en divisiones menores. Porque si algo puede decirse de Weah es que se hizo a sí mismo.
En el camino, sin embargo, no todo fue goles, gambetas o cabezazos. Desde el inicio, el delantero mostró inquietud social, política y religiosa. En este último ámbito, representa un extraño caso de ida y vuelta entre el cristianismo y el islam. Volvió a las raíces familiares, pero aboga por una convivencia interreligiosa pacífica.
Hoy es candidato a la presidencia de la República de Liberia. Ya lo fue antes, pero esta vez las perspectivas de éxito parecen muy altas (en 2005 fue el más votado en primera vuelta, pero perdió por amplio margen en segunda). El miércoles se definirá la situación del balotage ante un representante del continuismo de la actual administración.
Respecto a su condición de figura pública, Weah enfrenta un escenario contrastante. Por un lado, una gran parte de los liberianos lo vieron como ajeno al mundo político y eso, sin duda, ayuda en un país donde los políticos suelen ser asociados a la corrupción y la deshonestidad en general (pandemia, sin duda), pero al mismo tiempo se le reprocha su escasa preparación para ejercer altos cargos. Sobre este ítem, alguna vez presentó un diploma universitario que resultó ser obtenido por una institución de nulo respaldo académico; eso, hasta que decidió tomarse un par de años para formarse en una universidad de Miami con un piso algo más sólido.
De cualquier manera, el exgoleador fue uno de los principales motores para que la comunidad internacional pusiera fin a las guerras civiles que asolaron el país enre 1989 y 2003, que significaron la muerte de casi 700 mil personas, cifra impresionante para la población total del país (que hoy llega a los 4,5 millones de habitantes).
Lo peor vino en medio de esos conflictos, cuando Weah pidió la intervención de la ONU. En ese instante, sus casas en Liberia fueron atacadas, quemaron sus autos y, lo peor e irreparable, fueron violadas dos de sus jóvenes primas.
Weah es ídolo y a nadie le caben dudas, aunque las maquinarias partidarias han terminado por derribarlo en ocasiones anteriores. Al menos como senador, su victoria fue aplastante, pues fue electo en 2014 por el distrito de Monserrado (donde se ubica Clara Town), con 78% de los votos, aplastando a Robert Sirleaf, el hijo de la presidenta, Ellen Johnson Sirleaf, una mujer formada como abogada en Harvard. Fue su pequeña revancha contra una adversaria a la que nunca pudo derrotar, salvo en la primera vuelta de 2005. De cualquier modo, los reconocimientos de Johnson son incuestionables y entre ellos figura el premio Nobel de la Paz en 2011.
Ahora el enemigo es Joseph Boakai, actual vicepresidente del país y quien es conocido como Sleepy Joe por su tendencia a quedarse dormido en los actos públicos, una imagen que podría ser clave -para mal- ante la energía que transmite Weah -el único africano que ha ganado el Balón de Oro- a sus 51 años. El exfutbolista, además, es muy popular entre los jóvenes y entre aquellos que no se han visto beneficiados por el progreso de Liberia tras las guerras civiles. Con Boakai comparten un elemento, eso sí, que les da cierto nivel de popularidad: ambos descienden de los pueblos originarios y no de los esclavos libertos en que 1842 fundaron Liberia con el apoyo de Estados Unidos. Los americanos se alzaron como la elite del país y han gozado hasta ahora de ciertos privilegios.
Ahora, él disfruta de una vida de privilegio gracias a su éxito deportivo. Con un Mercedes y un BMW estacionado en el patio de su casa en Monrovia, cerca de las canchas de fútbol y tenis que complementan la propiedad.
Sólo le queda cumplir un sueño al senador George Weah. El miércoles sabrá si por fin lo alcanza.