¿Qué hacemos con el Maratón?
Con el avance de las agencias de comunicación, el poder de las relaciones públicas y los asesores de imagen y contenido, las fronteras del periodismo se han ido haciendo borrosas, hasta, en algunos casos, desdibujarse completamente. Un buen caso es el del Maratón de Santiago. Instalado hace años como marca y, por consiguiente, como producto de consumo masivo, el trabajo periodístico ha sido arrinconado hasta el máximo, casi aplastado contra el muro. La potencia económica de la empresa que lleva a cabo este evento es de tal magnitud, con sus ingentes recursos a cuestas, que cualquier visión, ya no crítica, sino con un mínimo de distancia, no es aceptada y es, en el peor de los casos, minimizada hasta la desaparición.
Digamos la verdad. Como evento deportivo, esto es, una competencia entre varios entes de un nivel similar, el suficiente para ser registrado por medios especializados, el Maratón de Santiago carece de todo valor. Traer un puñado de atletas africanos para que arrastren la prueba y salgan en televisión no es suficiente para ocultar el pobre nivel competitivo que tiene. Con cuatro árboles no se tapa un desierto. Y esto ocurre porque la Corporación Maratón de Santiago perdió el apoyo de la Fedachi y por consiguiente el registro oficial de la IAAF. Sus marcas no son válidas. Es una prueba de nivel recreativo, cuyo análisis sólo puede enfocarse en lo masivo, lo pintoresco y lo festivo: famosos que se autoalaban, gente disfrazada de el Hombre Araña, historias con valor humano... ¿Algún atleta chileno de nivel? Ni en sueños ¿Algún fondista de proyección? Busquen en otra parte.
Ahora, si nos ponemos más agudos y vamos a la médula de la historia, acá corre sangre. La denuncia está hecha en diversos medios, documentos en la mano, hace varios años. No tengo vocación buñuelesca de ser Nazarín o Simón del Desierto y seguir predicando para que a nadie le importe. Pero no deja de ser útil recordar que este evento fue tomado por un grupo de dirigentes de la Fedachi, transformado en corporación, vendido a ellos mismos por diez mil pesos y convertido en un súper negocio privado, afectando gravemente al patrimonio del atletismo chileno, legítimo dueño del Maratón. Entiendo que este detalle es irrelevante para la mayoría, tan buenos auspicios y lobistas tiene. Supongo que si Sergio Jadue hubiera creado la corporación Selección Chilena y se hubiera autovendido la marca, la reacción sería distinta.
Así es que señores Jamarne y González, los felicito por el tinglado. Gran negocio, gran fiesta, gran fanfarria. La hicieron. Pueden contratar a todos los ex atletas que quieran, a todos los asesores de imagen, comprar espacio en todos los medios. Pero la verdad no la pueden comprar: se apropiaron de algo que no les pertenecía y deportivamente lo transformaron en una nulidad.
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