Simone Biles debe ser una de las grandes figuras de los Juegos Olímpicos. Es su obligación. En Tokio debe ratificar (y mejorar) lo que había mostrado en Río de Janeiro, en 2016, donde cosechó cuatro medallas de oro, una de plata y una de bronce. Los ojos del mundo están puestos sobre sus destrezas, de las que prácticamente no había dudas. Y, sin embargo, falló. Realizó una presentación muy alejada de su capacidad y Estados Unidos terminó retirándola de la competencia por equipos, en la que era, naturalmente, su principal carta.
Sus problemas parecen no ser físicos. La explicación hay que buscarla en su cabeza. “Realmente siento que a veces tengo el peso del mundo sobre mis hombros. Sé que lo olvido y hago que parezca que la presión no me afecta, pero maldita sea, ¡a veces es difícil! ¡Los Juegos Olímpicos no son una broma!”, había escrito el lunes, dando una señal de la presión que sentía. Después, reconocería que estaba batallando contra su mente. “Estoy peleando contra mis propios demonios”, aseveraba apenas terminada su participación en la jornada de hoy.
En plena competencia habían empezado a surgir antecedentes que daban cuenta de su calvario. Imágenes previas a su desempeño en las paralelas asimétricas, la muestran dialogando con una asistente del equipo estadounidense. “No puedo subir ahí”, se le escucha decir. Su rostro luce desencajado. Muestra un nerviosismo impropio de una estrella de su nivel. La presión se denota en la gimnasta de 24 años. Había perdido la expresión alegre que caracteriza su rostro y, lo peor, cometió errores inesperados, como caídas inestables o salidas mucho menos limpias que las que suele realizar. Biles no era la misma de siempre. Quedaba en evidencia ante todos.
El peso de las expectativas
Las expresiones de Biles, y su quizás encubierto pedido de auxilio, encuentran explicación en el área de la sicología deportiva. “Hay una presión para volver a demostrar lo de Río. Y están todas estas historias, que me imagino que fueron trabajadas, frente a las que cada deportista reacciona de una forma especial. En algún momento, esto te afecta. Todos tenemos límites. No se conoce, tampoco, el esfuerzo que implica ir a los Juegos. Hay un desgaste por pertenecer a la elite”, explica Alexi Ponce, sicólogo del CAR y director de Go Focus.
Hay otro elemento que influye: la particularidad de los Juegos que se están disputando en el país asiático. “Falta el soporte. Está la ausencia de público, el deportista pasa más tiempo solo. Ellos están acostumbrados al aliento. Hoy todo es más de redes sociales. Ahí hay una diferencia notoria que también se puede traducir en los resultados”, añade.
Ponce no ve improbable que Biles pueda reintegrarse a las competencias, aunque considera lejano que pueda hacerlo en su real nivel. “Si hay un trabajo previo y el sicólogo está allá, es posible que pueda estar. Ya hizo declaraciones de que está complicada, que es una forma de alivio. Pero no hará unos Juegos como esperaba y, fundamentalmente, como el mundo espera de ella. Eso es lo más complicado. El peso de las expectativas”, resalta el profesional.
Mientras, la prensa estadounidense se muestra impactada. “Simone Biles se retira asombrosamente; la gimnasia femenina de Estados Unidos se lleva la plata”, titula, a modo de ejemplo, The Washington Post. El New York Times, en tanto, apunta a la declaración de la deportista, en el sentido de que su retiro de la competencia se debió a su estado mental.
Una vida dura
El estrés de Biles, seguramente, no tiene que ver solo con la responsabilidad que cargaba de liderar a la escuadra norteamericana y de revalidar sus logros individuales. Para explicarlo, también habría que hurgar en una historia personal compleja.
Desde su infancia, de hecho, la vida de Biles fue dura. Su madre había caído en las drogas y el alcoholismo, por lo que fue su padre quien debió asumir su custodia y la de su hermana, Adria. Sus hermanos menores fueron derivados a la casa de una tía paterna. Finalmente, Simone termina criándose con sus abuelos. “Cuando era más pequeña me preguntaba qué habría sido de mi vida si no hubiese pasado nada de esto. A veces todavía me pregunto si mi madre biológica se arrepiente y querría haber hecho las cosas de manera diferente, pero evito plantearme estas preguntas porque no las tengo que responder yo”, declaró hace un tiempo. Igualmente, fue capaz de perdonar a su madre y de recomponer, en alguna medida, la relación.
Hace tres años se puede encontrar otro indicio extradeportivo que, claramente, puede explicar el actual momento de la deportista. Fue en enero de 2018 cuando expuso los abusos sexuales a los que había sido sometida por el médico del equipo estadounidense Larry Nassar. Fue una de las tantas víctimas: Nassar está encarcelado, acusado de vejámenes contra 265 deportistas. “Últimamente me he sentido quebrada y cuanto más trato de apagar la voz en mi cabeza, más fuertes son los gritos. Ya no tengo miedo a contar mi historia”, declaró esa vez. “Yo también soy una de las muchas sobrevivientes que fueron objeto de abuso sexual por Larry Nassar”, explicó a través de una carta publicada en su cuenta en Twitter.
Esa vez, se prometió no dejarse doblegar. “Me he prometido a mí misma que mi historia será mucho más grande que esto y prometo a todos ustedes que nunca voy a darme por vencida... Me encanta este deporte, demasiado, y nunca he sido cobarde. No dejaré que un hombre y los otros que lo permitieron roben mi amor y alegría”, agregó.