“¿Quién lo hizo? ¿Wiemberg?”: el peculiar desahogo de Morón tras la victoria de Colo Colo ante Cerro Porteño
El gerente deportivo de los albos, campeón de América en 1991 como arquero, celebró efusivamente la conquista que permitió desequilibrar el choque ante los guaraníes. Eso sí, la emoción le impidió individualizar al autor.
El miércoles, Colo Colo consiguió uno de los triunfos más emocionantes del último tiempo. El desenlace del partido ante Cerro Porteño, de hecho, le generó un nuevo héroe al Cacique. En el cuarto minuto de adición, cuando los 35 mil fanáticos que asistieron al Monumental veían con decepción cómo el equipo de Jorge Almirón dejaba escapar dos puntos que luego podrían resultar fundamentales, el porteño Lucas Cepeda despachó un certero zurdazo que depositó el balón en el fondo de las redes del arco sur. El carnaval se extendió por todo el recinto. Y por todo Chile.
Colo Colo lo festejó con todo. El concepto incluye a los jugadores (Arturo Vidal, por ejemplo, fue uno de los más efusivos en la celebración), a los millones de hinchas albos, a la dirigencia y a quienes ejercen funciones en el club. Más aún si se trata de quienes contribuyeron decisivamente a escribir las páginas más gloriosas de su historia.
El Loro enloquece
Daniel Morón vio el término del encuentro en un salón del sector preferencial del recinto albo. Lo hizo junto a Alfredo Stöhwing, el presidente de Blanco y Negro. Ambos observaban con angustia cómo pasaba el tiempo.
El acierto de Cepeda cambió todo. Lo que vino después fue el desahogo. Después del tradicional grito de gol, Morón fue quien más emocionado se vio. Abrazó a Stöhwing y gritó “vamos” en un par de ocasiones, en señal de felicidad.
La emoción, sin embargo, le impidió advertir al autor de la conquista. Después de la celebración, de hecho, se giró para preguntarlo, aunque erró en su primera observación. “Quién lo hizo? ¿Wiemberg?”, consultó.
“No, Cepeda”
En ese momento, recibió la inmediata aclaración. “No, Cepeda”, le aclaran. El estado de felicidad de Morón siguió siendo evidente. Apenas recibió la precisión, aplaudió en un par de ocasiones más.
El cuadro lo completan Morón y Stöhwing llevándose las manos a la cabeza sincronizadamente, ya no en señal de desesperación, sino de alivio. “Increíble”, exclama el timonel después de una suerte de gruñido con el que libera uno poco de la tensión. “Durísimo”, coinciden ambos. Luego, vino el alivio total. “Terminó”, celebran.
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