El vacío. Por primera vez en bastante tiempo, Usain Bolt no será la estrella de unos Juegos Olímpicos. En Tokio se dará una lucha muy reñida por ser el rey del hectómetro y llenar el espacio que el Rayo dejó con su retiro de la actividad tras los Mundiales de Londres en 2017. Después de 17 años, el oro en los 100 metros no será para el jamaiquino.
Tras el adiós de la estrella, de inmediato sonaron varios nombres para heredar ese trono. Uno de ellos fue el del estadounidense Christian Coleman, campeón mundial de 100 metros. Sin embargo, ni siquiera estará en los Juegos, ya que fue sancionado por evadir tres controles de dopaje. Y, a pesar de que el TAS rebajó su castigo de 24 a 18 meses, no le alcanzó para llegar a la cita.
Así, la lucha se centra en el canadiense Andre De Grasse y en el estadounidense Trayvon Bromell. Las apuestas están con este último, quien llega en un espléndido momento para buscar la consagración olímpica. Igualmente también suman bonos el suizo Alex Wilson y el sudafricano Akani Simbine.
Teología y velocidad
La historia de Bromell (26) es bastante particular. Venía de buenos resultados hasta Río 2016, donde fue finalista. Sin embargo, no terminaba de encontrarse con sí mismo. Eso solo ocurrió dos años después. “En aquel 2018 me miré en el espejo y empecé a reconocerme como persona. Entonces era uno de los atletas más rápidos del mundo, pero tenía dudas. No solo me lesionaba a menudo, sino que también había acabado una licenciatura en Teología y un máster en Economía. Y me preguntaba: ‘¿Quiero seguir siendo un atleta?’. Me miré varias veces, pasé semanas pensando en todo aquello, y al final me dije: ‘OK, Tray, vas a ser el hombre que quieres ser’. Y decidí que el Trayvon anterior se había ido”, comentó hace unas semanas al periódico español La Vanguardia.
De ahí su camino continuó profundizando en la literatura, la fotografía y Dios. Y, por supuesto, en seguir corriendo. Sobre la fe, a partir de su formación académica, tiene una postura muy clara. De hecho, al ganar los trials de su país, solo se limitó a decir una frase: “Dios es real”. “Quería que la gente supiera que todos somos unos humanos en una pequeña, pequeñísima, esfera. Que nos rodean cosas que apenas podemos comprender. No trato de persuadir a nadie para que crea en lo que creo, pero sí quiero contarle a quien me escuche de que podemos conseguir cosas increíbles, sobre todo cuando vivimos momentos terribles”, explicó.
Hasta el momento, el norteamericano registra la mejor marca del año, con 9”77 y se perfila como favorito para ganar el oro. A pesar de ello, tiene otra percepción. “Los Juegos son importantes para mí, como para cualquier otro. Pero yo no los veo como los demás los ven. Ni siquiera los veo como los veía en el 2016. Entonces, solo pensaba en ganar. Hoy son importantes para mí porque me permiten demostrar que he vuelto de allí abajo”.
Una nueva oportunidad
Andre De Grasse (26) fue plata en los 200 metros en Río y bronce en los 100 metros y en la 4x100. Sin Bolt, también asoma como uno de los potenciales ganadores del oro. Hijo de madre de Trinidad y Tobago y de padre barbadeño, comenzó en el deporte como un promisorio basquetbolista. Luego, pasó a la pista de atletismo, donde rápidamente deslumbró marcando tiempos de nivel mundial.
Después de su destacada actuación en 2016, el canadiense sufrió con las lesiones durante dos años. En los Mundiales de Doha de 2019, dejó atrás cualquier atisbo y alcanzó un tercer lugar en 100 metros y un segundo en 200 metros.
“Siempre siento que tengo una oportunidad. En los últimos Juegos Olímpicos, sentí que tenía una oportunidad de ganar el oro. En estos Juegos Olímpicos siento que tengo una oportunidad. Probablemente diré lo mismo de los próximos Juegos Olímpicos. Esa es solo mi forma de pensar, cómo me siento”, dijo recientemente el velocista a USA Today.