Shapovalov estrella su revés en la malla y la cancha central de la Caja Mágica se viene abajo. También Rafa Nadal, que se deja caer sobre la pista con los brazos extendidos en señal de victoria. Ha realizado ese mismo gesto tantas veces que cuesta entender que todavía tenga que luchar de la forma en que lo hace por contener el llanto. Pero el número uno del mundo es así, infatigable incluso en el festejo. Insaciable.

Los 12.442 espectadores que abarrotan las tribunas corean su nombre, mientras el equipo se abalanza sobre él, que todavía yace en el suelo, para celebrar una conquista que hacía ocho años venía resistiéndose. Es el sexto título de España en la Copa Davis y el quinto de un Rafa Nadal cuya colección de Ensaladeras alcanza ya para un banquete. Pero a juzgar por su emoción, se diría que es el primero.

El punto inaugural de la serie final ante Canadá tuvo, sin embargo, otro protagonista. Apenas tres días después de enterrar a su padre, Roberto Bautista (9º), el número dos español, se puso de nuevo el overol de trabajo y saltó a la cancha. El capitán canadiense se sacó entonces su as de la manga y Félix Auger-Aliassime (21º), inédito a lo largo de toda la Davis por una lesión de tobillo, se alistó para debutar en el torneo. La primera manga, estrechísima, cayó del lado de la selección anfitriona en un tie break en el que al joven jugador canadiense de origen togolés, casi un advenedizo, comenzó a temblarle el pulso en el peor momento. Tiene talento y descaro. También 19 años.

En el segundo set, Bautista fue una apisonadora. Consiguió una temprana rotura sobre el servicio de Aliassime y puso la directa hacia un triunfo que terminó obteniendo con parciales de 7-6 y 6-3 y festejando, claro, con las dos manos apuntando al cielo. La atronadora ovación que la Caja Mágica dedicó a Roberto (y también, de algún modo, a su padre Joaquín) fue sencillamente conmovedora.

Con la tarea mucho mejor encaminada que en las series precedentes de cuartos y semifinales, ingresó a la cancha el héroe local para dirimir el segundo duelo de singles ante Shapovalov (15º). Y para echar el cierre a la historia. Un quiebre en el sexto game de la primera manga bastó al español para tomar ventaja en el partido, y para quedarse con el primer parcial por 6-3.

La primera raqueta canadiense entendió entonces que debía elevar muchísimo el nivel para poder plantar cara al número uno del mundo. Y lo logró, pero ni con esas fue suficiente. Mucho más agresivo, agarrado a su fantástico y grácil revés a una mano y tratando de buscar una y otra vez ángulos profundos, Shapovalov consiguió neutralizar por momentos a un Nadal que es capaz de hacer de la incomodidad virtud y que se torna mucho más peligroso jugando por la supervivencia. Pudo quebrar el saque del español el canadiense con 3-3, pero Rafa es uno de esos jugadores que te amordazan desde lo tenístico y terminan noqueándote desde lo anímico. De manera que el duelo, como siempre que el balear juega de local y defiende los colores de España, terminó por decantarse en el tie break de la segunda manga (7-9). Shapovalov se encontró con la red y Nadal otra vez con el cielo.

El idilio del número uno del ranking ATP con la Copa Davis no podría ser más profundo. Con su triunfo de ayer, el español suma ya 29 victorias consecutivas en singles en el torneo de la Ensaladera y amenaza seriamente los registros de Borg y Baghdatis, que seguramente también acabarán cayendo. Y es que su instinto competitivo -ese mismo que lo llevó a estar 13 horas y 40 minutos en cancha durante esta última semana- y su voracidad ganadora, no tienen límites. Nadal no se acaba nunca.