Si algo ha caracterizado al flamante entrenador de Universidad de Chile, Rafael Dudamel (Yaracuy, Venezuela; 1973), a lo largo de su carrera, primero como jugador y desde 2010 como técnico, es su entrega y carácter ganador. Fue un futbolista de temple, que desde el arco siempre se mostró como un líder en la cancha y en el camarín, y que desde sus primeros pasos ya ejercía como capitán, con o sin el brazalete.

Ya desde el banco ha templado su temperamento. Lejos ha quedado la irascibilidad que, por ejemplo, una vez, en 2004, le hizo pelearse en la propia cancha con un compañero (Giancarlo Maldonado) en un partido con Unión Maracaibo en Copa Libertadores. Entonces, Dudamel quiso patear un penal, pese a la resistencia de su colega. Y tras fallarlo y recibir el reclamo del delantero, le propinó un golpe en la cara que le mereció la expulsión.

El Dudamel de hoy, si bien no ha perdido su carácter (que ratificó hace poco tiempo al enfrentarse a la Federación Venezolana de Fútbol por la exigencia de mejores condiciones de trabajo y la independencia política), también muestra otro talante. Así lo demostró en su paso por los seleccionados de su país, con los que cosechó logros inéditos en categorías inferiores.

El nuevo técnico de los azules se caracteriza por ser un estratega flexible y adapta su ideario a los jugadores que tiene a su disposición. “Yo nunca plantearé un partido para que mi equipo se defienda o solamente para atacar. Cada partido tiene sus momentos y es ahí cuando les doy la confianza a los jugadores para responder sobre la marcha sobre lo que se necesita”, comentaba el año pasado a La Tercera el entonces seleccionador venezolano, cuya última experiencia como entrenador fue un paso fugaz a comienzos de año por Atlético Mineiro, en el que solo dirigió 10 partidos, con un balance de cuatro victorias, tres empates y tres derrotas.

“Me gusta que mis equipos sean ambiciosos, agresivos, que busquen buscar al rival, y luego cuando nos hagan retroceder, toca ser ordenados y compactos. El futbolista disfruta cuando tiene la pelota, es el momento lindo para imponer nuestras formas, someter al rival y funcionar como equipo. Pero cuando no se tiene, toca ser sólidos, tener criterio defensivo, disfrutar también del orden táctico y de que el rival no te haga daño, aunque tenga la posesión”, afirmaba.

Dedicación al deporte

De pequeño, Dudamel jugaba béisbol, baloncesto y vóleibol en la población de Guama, en su natal Yaracuy, y luego en Barquisimeto; sin embargo, a los 10 años sus padres se separaron y él se trasladó con su madre a Mérida, estado andino en el cual el fútbol es religión. Y allí cambió el guante de béisbol por los de arquero, los cuales le hicieron brillar como uno de los guardametas más importantes en la historia del fútbol venezolano.

Como el ‘1’ de la Vinotinto vivió las dos caras de su selección: las derrotas cuando los suyos ocupaban el sótano de Sudamérica y la irrupción cuando el balompié de su país cambió las tristezas por alegrías. “Todas esas experiencias duras con la selección nos dieron la fuerza y el carácter para levantarnos de aquellas duras derrotas. Hubo una época que en los clubes me iba bien, pero en la selección era diferente. Son esas derrotas las que más me hicieron madurar”, reconocía.

Los momentos más brillantes de aquella época en clubes los vivió en Colombia, donde destacó con varios equipos, entre ellos Deportivo Cali, con el cual disputó una final de Copa Libertadores. Además, su esposa es colombiana, su domicilio está en Cali y los dos hijos de su segundo matrimonio son nacidos en esta ciudad. Además, hace poco formó parte como comentarista de la retransmisión de los partidos de las Eliminatorias por la cadena Caracol Televisión.

De Colombia es oriundo uno de sus grandes mentores, como es Francisco Pacho Maturana, uno de los técnicos que ha sido su referente en el camino que inició tras su etapa como jugador. “Siempre tuve curiosidad y prestaba mucha atención a todos los entrenadores que tuve en mis 21 años de carrera. Me interesaba la parte táctica, el ordenamiento y aprendí de los sistemas de todas las experiencias que viví”, señalaba.

Su carrera como DT empezó en Estudiantes de Mérida, equipo que defendió en tres etapas durante su etapa vestido de corto. “Desde la línea, yo veo el partido y doy instrucciones porque soy uno más del equipo. Jugué por más de dos décadas y nunca he perdido ese espíritu de jugador, pero ahora desde el rol de técnico me permite sumarle orientación al equipo”, apuntaba.

El fútbol le da vida

Entre 2013 y 2015 condujo al Deportivo Lara, etapa en la que logró una de sus más grandes victorias, pero no fue en la cancha. Una noche, después de una jornada de doble entrenamiento, presentó fuertes dolores por un cólico nefrítico. Tras la ecografía en el riñón derecho, se le detectó un cálculo de tres milímetros; sin embargo, el mal mayor estaba en el riñón izquierdo: un tumor encapsulado. La rápida detección y la intervención quirúrgica solventaron la situación que, como él mismo reconoce, le hace hoy ver la vida de otra manera.

“No fue tan traumático porque no tuve que pasar quimioterapia ni por radioterapia, pero, sin duda, me hizo pensar muchas cosas. Nunca tuve miedo, sentí desde mi alma que Dios me hablaba y me daba tranquilidad. Enfrenté la cirugía con mucha fuerza”. Aunque los médicos le indicaron que debía guardar reposo por al menos un mes, a la semana y media ya estaba nuevamente en la cancha, pese a la oposición de su familia, que ha sido un gran apoyo durante toda su trayectoria.

Antes de ese período, en 2012, recibió el llamado para dirigir la selección nacional Sub 17 y empezó a labrar su camino exitoso con los colores de su patria. Tras un corto proceso de preparación condujo al combinado de esta categoría al subcampeonato sudamericano y a su primera participación en un Mundial de fútbol.

Tras una breve pausa en el contexto de selecciones, en 2015 volvió a ser convocado por la Federación para tomar las riendas de la Sub 20, con la que firmó la gesta más importante en la historia de su país. Tras un extenso y profundo ciclo de módulos de trabajo, armó un equipo que logró el tercer puesto en el Campeonato Sudamericano y, posteriormente, alcanzó el subcampeonato en el Mundial de Corea del Sur, tras perder la final con Inglaterra.

Ese grupo de jóvenes talentosos que Dudamel hizo brillar con la camiseta vinotinto demostraron la influencia que tiene sobre los jugadores de las inferiores, que en ese proceso lo veían como un padre. “Hicimos un proceso largo, intenso y bonito. Hubo mucho trabajo con un grupo muy competitivo y de mucha calidad. Son jóvenes con un carácter ganador”, comentaba en esa entrevista a La Tercera del año pasado.

Con ellos, precisamente, compartió poco después en la selección absoluta, para la que fue requerido en 2016. En las Eliminatorias hacia Rusia 2018 logró reconducir el proceso que había sumado resultados negativos en la etapa anterior y empezó a sentar las bases de un proceso a largo plazo.

Aunque la ilusión en tierras caribeñas era lograr la clasificación al Mundial de Qatar, a comienzos de este año, Dudamel no soportó las dificultades para trabajar con su selección: “Dejé de sentirme respetado y valorado por la dirigencia y fue el momento de dar un paso al costado. No teníamos las condiciones para poder trabajar, no teníamos el apoyo ni el contexto óptimo que se necesita en una selección nacional. Nuestra aspiración era muy alta, pero no pudimos llevar adelante nuestro trabajo”, justificó entonces.

Y, entonces, cuando estaba dedicado a su familia y a su labor en los medios de comunicación, llegó el llamado de Azul Azul, uno que le motiva y le reta a intentar conseguir logros en el fútbol chileno, que siempre ha admirado y que le hizo descartar otras ofertas de clubes sudamericanos. Su contrato ya está arreglado. Sellado. Se espera que mañana sea oficializado.