Fue en la cima del Dhaulagiri, a 8.167 metros sobre el nivel del mar, que Juan Pablo Mohr volvió a hablar con su padre fallecido. Le dio la mano y dialogaron por más de una hora, en la séptima cima más alta del mundo, cinco meses después de que un cáncer fulminante se lo llevara. Juan Pablo fue a la montaña a encontrar a Raúl… y lo hizo.
"Una vez en la cumbre, emoción y felicidad máxima. ¡Sentí la presencia de mi viejito! Qué gusto poder haber compartido con él esta cumbre de ocho mil metros, y no cualquiera, sino la del Dhaulagiri, en el segundo intento de este montañista. Y qué mejor que con mi papito", escribió Mohr en su bitácora de viaje. No solo inmortalizó el momento mediante fotografías y videos; también con palabras.
Palabras que acompañan a Mohr en cada expedición. El arquitecto de 32 años ha coronado cinco ochomiles sin oxígeno suplementario ni sherpas, entre los que se incluye el monte Everest. Y en cada aventura hacia los cielos ha llevado consigo un cuadernito. En un ejercicio más personal que literario, Mohr utiliza sus tiempos muertos en la montaña para relatar las vivencias que la mayoría de la población solo podrá experimentar leyendo.
"Nació como un deseo netamente personal, nadie me lo recomendó", cuenta Mohr en el Parque de los Reyes, en Quinta Normal, donde se ubica su fundación Deporte Libre. "Es un poco para recordar las anécdotas y las situaciones más importantes que pasan en la montaña. Y contar un poco el día a día para así yo tener un recuerdo de la expedición", agrega.
No solo hay espacio para las palabras en este cuadernillo de bolsillo coloridamente hilado, de tapas negras y hojas caqui, que describe más de 20 días en el Dhaulagiri. También hay dibujos. "Yo soy arquitecto, dibujo harto. Me gusta dibujar las montañas, diseñar. Ahora estamos haciendo un proyecto que se llama 14x14, en el que por cada ochomil que yo suba, construiremos un refugio en las 14 montañas más altas de cada región de Chile", anuncia Mohr.
Los bocetos de refugios aerodinámicos conviven armoniosamente con los pensamientos de Mohr. Desde la pérdida de su celular en uno de los ríos nepalíes hasta el principio de edema que sufrió su amigo brasileño Moeses Fiamoncini, cada detalle se anota y luego se comparte con sus hijos en Santiago. No obstante, esta edición es especial: dentro de sus páginas yace el mágico reencuentro con su padre.
El mismo día en el que su hijo conquistaba la cumbre del Everest (24 de mayo de 2019), a Raúl Mohr le diagnosticaron cáncer pulmonar. Juan Pablo viajó rápidamente a Chile para estar con quien le presentó la montaña y le inculcó el deporte. Fueron tres semanas sin despegarse de su lado, tres semanas en las que la salud de su padre se transformó en prioridad y el alpinismo pasó a un último plano. Luego de que sucediera lo inevitable, la cima del Dhaulagiri se tornó un deseo personal más que una meta deportiva. Una necesidad del alma.
"La expedición misma fue ir a buscarlo", explica Mohr. "Siempre estuvo en mi cabeza llegar a la cumbre para estar con él lo más cerca posible, y poder compartir aquello que nunca íbamos a poder compartir en vida. Ahora que él está en espíritu tuve la suerte de poder estar con él arriba. Fue emocionante. Lo sentí con el viento, como si me estuviera hablando. Estuve como hora y media hablando con él, compartiendo. Siempre me dijo 'qué ganas de conocer alguna montaña así'. Y la conoció", asegura. Ahora, cada vez que Juan Pablo haga cumbre, podrá darle la mano a su padre.
La montaña como signo de existencia es lo que hace que Juan Pablo no pare de escalar. En las cumbres se siente vivo. Por eso sus pensamientos fluyen diáfanos en los macizos. Sube un Mohr y desciende otro. Renovado. Purificado. Como en los relatos bíblicos, épicos, o de caballerías; como en las novelas de Julio Verne, Joseph Conrad o Robert Louis Stevenson; Mohr experimenta su propio arco dramático cada vez que enfrenta un ochomil. En su bitácora de viajes, Juan Pablo es el héroe que debe sortear inimaginables desafíos y burlar a la muerte. La diferencia está en que lo suyo no es ficción, sino realidad. Una realidad que en ocasiones se vuelve terriblemente aterradora.
En su cuadernillo, Mohr narra con ritmo vertiginoso cuando debió socorrer a Moeses durante el descenso de la cima del Dhaulagiri. La altura y el cansancio provocaron que su amigo se retrasara y permaneciera inmóvil por casi tres horas. Juan Pablo debió regresar para salvarle la vida. "Subí y empecé a seguir otra luz que estaba ahí hace mucho rato. Me tomó casi tres horas en llegar a ese punto, el cual sabía que era el Campo 3 Alto. La luz seguía sin moverse. No sabía quién podía ser. A eso de tres horas, atravesando por nieve muy honda, abriendo nieve muy cansado, llegué al C3 y ahí estaba Moeses", puede leerse en la bitácora.
Y continúa: "Estaba tiritando mucho. Le digo: 'Buena, Moi, ¿cómo estai? Qué bueno que eres tú'. Pero no me responde. Lo veo mal, tiritando mucho y sin responder mis preguntas. '¿Qué pasa, Moi? Responde, tenemos que movernos ahora'. Me di cuenta de que estaba súper mal, así que le dije que le iba a inyectar dexametasona y que íbamos a tener que empezar a bajar al tiro. Me empecé a preocupar mucho por ver a mi amigo y a mi cordada así de mal. Cuando le dije lo de la inyección él me dijo 'qué bueno', que la aceptaba. Saqué mi botiquín, dejé mi piolet a un lado y recién ahí comenzó a tener conciencia para poder moverse. (…) Comenzó a bajar y me dijo que en la cuerda fija se sentía perdido y que entre tanto se quedaba dormido tiritando. Algo muy peligroso, porque con ese cansancio y ese frío que sentía se podría haber quedado dormido para siempre. Por suerte lo encontré antes de que haya pasado cualquier cosa peor".
Son las historias que Mohr amasa en su bitácora. Recuerdos que se transforman en texto. La posibilidad de un libro aún es lejana y no fue la razón por la que comenzó a escribir, sino el deseo de ver en letras sus aventuras y enfrentamientos con la muerte. Y desde ahora, las conversaciones que sostenga con su padre cada vez que intente tocar el cielo.