"Como rockstars" fue el título de la nota en este diario que daba cuenta de la visita de la selección chilena Sub 17 a La Moneda, donde fueron recibidos por el Presidente Sebastián Piñera en reconocimiento por la clasificación al Mundial de la categoría. Hace un mes era un grupo de cabros buenos para la pelota, conocidos en el barrio y por la gente que sigue el fútbol cadetes, y nada más. Sus partidos, incluso los de la propia selección dirigida por Hernán Caputto, eran seguidos por un puñado de familiares y los inevitables cazatalentos o empresarios.

Y de repente picaban en 18 puntos de rating en la televisión abierta en el momento en que le daban vuelta un partido clave a Uruguay y lograban los boletos al Mundial de Brasil. Entonces el hincha incorporó a su lenguaje cotidiano y los programas de deportes comenzaron a nombrar y debatir sobre Julio Fierro, Daniel González, Luis Rojas, Gonzalo Tapia o Alexander Aravena, por citar unos pocos jugadores de los muchos que tiene este equipo.

En resumen, pasaron de ser unos adolescentes promedio en nuestro país, a "rockstars" como decía el texto. Y eso, que lo conocemos de primera mano luego de lo ocurrido hace 26 años con otra Sub 17, es extremadamente peligroso.

Incluso es más complicado para este equipo manejado por Hernán Caputto que para ése, cuyo entrenador era Leonardo Véliz: la clasificación al Mundial Sub 17, pero más que eso, el altísimo nivel de juego exhibido por el equipo sumado a muchas individualidades destacadas pone sobre ellos un peso no deseado pero inevitable: la compulsión porque sean el mentado y tan postergado "recambio" del fútbol chileno.

Cuando llevas tres Sudamericanos Sub 20 sin pasar la primera vuelta, cuando entras a puro ñeque y garra a un Mundial Sub 17 y después no eres capaz de meter un solo gol y te gana hasta Irak, el futuro de nuestro balompié solo puede ser negro.

Entonces aparece una Selección casi desconocida, brilla en el Sudamericano de su categoría con un fútbol ofensivo, propositivo, ganador y alegre, donde se combinan la garra, aplicación, funcionamiento y recursos ofensivos, con alardes individuales y gestos técnicos destacados, no es extraño que todos crean que ahí está la salvación.

Potencialmente lo es, hay material como no había desde la Sub 20 tercera en Canadá el 2007. Seguramente Alexander Aravena es el mejor prospecto de delantero que haya surgido en el fútbol chileno desde Alexis Sánchez. Y no exagero ni toco de oído, tuve el privilegio (cuando un equipo chileno juega así de bien es un privilegio), de transmitir ocho de los nueve partidos que jugó el equipo manejado por Caputto. Aravena tiene todo para ser un crack: es explosivo, hábil, le pega bien a la pelota, es inteligente, pícaro, colectivo y goleador. Pero le falta algo fundamental, lo más difícil: madurar.

A los demás también. Lo que ocurre entre los 16 años, la edad de este plantel, y los 20 en un jugador, es fundamental. Esos tres años definen a los que llegan y a los que no. Pichones de estrellas se chingan y, al contrario, jugadores opacos se pulen, aprenden y se esfuerzan, terminan como titulares en Primera y hasta llegan a la Selección.

En manos de quienes los manejan y de ellos mismos está lograr este difícil salto. Dejar de ser una promesa y convertirse en futbolistas formados. Que la fama inesperada, los honores y los elogios no los nublen. Tampoco el dinero real y ficticio que revoloteará sobre sus adolescentes cabezas.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.