La Universidad de Concepción no suelta el liderato, pero flaquea. Es el equipo que dirige con distinción Francisco Bozán, un muchacho joven que silenciosamente se inició dirigiendo a la precaria institución de Lo Barnechea, entre la sobriedad del Cerro 18 y la opulencia de La Dehesa, en los faldeos cordilleranos.
Instalada a un costado de los penquistas, la UC es el otro líder que desfallece. Y la dirige Beñat San José, que llegó por la puerta del norte grande. Su gran campaña lo catapultó fuera de Chile, hasta Bolivia, para regresar al país y transitar ahora por los verdes jardines de San Carlos de Apoquindo.
En este 2018 los penquistas de Bozán están bailando con la bonita, esa misma salsa que tuvieron con Ronald Fuentes años atrás y que por tantas vueltas sobre la pista terminó mareando a los sureños, hasta sentenciar el fracaso.
Este equipo del Campanil es de buen juego en mediocampo, con buen toque de balón y transiciones rápidas. La eficacia de juego está bien focalizada. Su precepto táctico revestido con rigor, le da una identidad de un modelo de juego bien trabajado.
Muñoz es un arquero solvente y de experiencia. No por nada frisa los 41 años. Allí se valoriza la longevidad. Acuérdense del tano Buffón.
Camargo es un complemento importante junto a su figura Manríquez. Un Droguett rejuvenecido acompaña muy bien a la delantera que siempre varía.
No pueden perder otra vez la resistencia sicológica para hacer frente a las continuas situaciones de estrés de estar en la cima y mirar hacia abajo a sus competidores.
La Católica está allí, al aguaite, y muchos se preguntan por qué. Si en sus mejores momentos era resistida, hoy con mayor razón, incluso hasta por sus jugadores. El encanto se pierde y brotan rostros adustos ante el terreno perdido.
No seducía ni cuando ganaba. Un equipo riguroso y eficiente en lo defensivo, pero tacaño en lo ofensivo. No hay individualidades a destacar. Nadie se gana el bingo. Ha perdido la idea de juego. El liderazgo de San José está en entredicho y el liderato del equipo, en evidente declive. Pero entre Francisco, no el del Vaticano, y San José, no el del pesebre, ¿habrá milagros?