Esta historia ya es conocida. Ocurrió tal como hace prácticamente un año, se desarrolló en las mismas avenidas, con los mismos 11 grados de temperatura y con un mismo final: un keniata, Luka Lobuwan, alzándose monarca del EMDS, aunque tardando tres minutos más en recorrer la distancia. La secuencia de hechos se repitió, casi idéntica, pero no tanto.

Tal como aquella ocasión, escondido entre una tropa de atletas africanos, Lobuwan, el mismo que se impuso en 2017, rebajando el récord del circuito hasta las 2 horas 9 minutos y 11 segundos, permaneció tranquilo durante prácticamente toda la prueba. Recién aceleró al kilómetro 35.

Antes, vio como poco a poco su grupo comenzaba a deshacerse. Primero fue el peruano Nelson Ito, uno de los nombres fuertes del fondismo incaico, quien desde el comienzo se vio sobreexigido frente al tranco infernal del grupo. Se frenó a los cinco kilómetros. Luego, su compatriota Sammy Kigen se restó de la disputa por el oro.

Apenas completaron la mitad de la prueba y ya el podio estaba practicamente claro. Solos, Lobuwan, Mutai Kipkemei y la liebre Douglas Kipsanai, se enfilaron para pelear por la repartija de medallas. Lo hicieron con la tranquilidad de que a ese ritmo ya nadie podría alcanzarlos. Tenían razón.

Abandonados por Kipsanai a los 25 kilómetros, la pelea siguió entre los dos. Y allí, zancada a zancada, comenzó a definirse lo que para muchos ya estaba anunciado. 10 kilómetros más adelante, 10 duros kilómetros más, recién Lobuwan confió en sus piernas y con un cambio de ritmo brutal, llegando a los 23 kilómetros por hora, se adueño del oro. Sólo debía mantenerse esa cadencia y todo resultaría.

La cuota de humor llegó en la Avenida Providencia, cuando al recordman de la prueba lo adelantó un perro callejero, que aunque pasó por su lado difícilmente pudo distraerle de su misión. Una misión que ya para esa altura, con poco más de diez minutos para completar los últimos siete kilómetros, no conseguiría rebajar el record del circuito. Eso sí, la celebración llegaría. Eso estaba asegurado y la historia se repetiría.

Una vez más, Kenia y Etiopía repartieron podios. Los primeros, como es ya tradición, lo hicieron en varones.

En damas, la pelea tuvo casi la misma tónica de nula disputa. Y así, aunque no se crea, es más difícil correr. Muchos dicen que el maratón es una de las pruebas donde más influye la mente por sobre el cuerpo. Ayer, esa máxima quedó en evidencia. Para un corredor, enfrentar solo unos 42k es mucho más difícil que hacerlo en grupo. Y la etíope Aynalem Teferit también, que se desplazó sin compañía durante gran parte de la prueba, supo muy bien de eso.

Su ritmo fue intenso, pero no tanto como para pensar en récords. Cruzó la meta y de inmediato su cuerpo se desplomó al suelo, exhausto y acalambrado tras su sprint en el último kilómetro. Ahí se quedó por varios segundos, hasta recuperarse un poco para poder ponerse en pie. Todos aplaudieron su entrega.

Los mejores chilenos, Leslie Encina y Clara Morales, estuvieron lejos de dar pelea. La excusa fue el maltrato del que hace dos semanas se sometieron en el Mundial de Medio Maratón de Valencia. África sigue dominando en Santiago. Tan inalcanzable como siempre, aunque menos veloz.