Palmeiras es uno es de los clubes más poderosos de Brasil. En Sao Paulo, se disputa la popularidad con el Corinthians y el equipo que lleca el nombre de la ciudad. Como la mayoría de los equipos brasileños, ha producido cientos de jugadores, caracterizados por la buena técnica, el histórico sello del fútbol de ese país. No por nada es considerado una fábrica de talento. Su última pieza de colección es Endrick, quien fue fichado por el Real Madrid con apenas 16 años de edad, a cambio de más de US$ 45 millones.
El fenómeno no es casual. “Todo responde a la profesionalidad del club desde 2015. Ésa es la base. Controlamos a 300 jóvenes jugadores, que van desde los seis hasta los 20 años con el fútsal integrado. Sus primeros pasos son el fútbol de salón (fútbol sala) y después al fútbol”, explicó Jorge Sampaio, el encargado del área, a Marca, en julio del año pasado, cuando se cristalizó el traspaso. La mirada ya estaba puesta en un modelo exitoso.
En las favelas
La búsqueda es constante e incluye estrategias que, en algún sentido, pueden resultar controvertidas. La última es dejar la comodidad de las instalaciones del club para entrenar en canchas de tierra ubicadas en las favelas de la zona en la que está ubicada la entidad.
La modalidad no es casual. “Tenemos un gran objetivo general, que es rescatar la pedagogía de la calle, del fútbol callejero a través de estímulos por los cuales ellos tienen la libertad de jugar”, explica Renan Tavares, entrenador de las divisiones menores del Verdao a la agencia AFP. “De poder desarrollarse individualmente sin la presión de un entrenamiento”, insiste.
El objetivo es potenciar un elemento que se ha ido perdiendo: la habilidad de los jugadores. Es la temida ‘robotización del deporte’, un fenómeno que se atribuye al aprendizaje académico y no en espacios informales, como la calle. Los propios jugadores consultados en el reportaje dan cuenta de las características que adquieren con el cambio de modalidad. Hablan, por ejemplo, de nuevos elementos técnicos y de la personalidad que deben mostrar en un entorno distinto. “El balón se resbala. Hay una diferencia muy grande. Si juegas bien aquí, lo haces bien en el campo”, sostiene David Lima, uno de los menores consultados, en comparación con las más cómodas canchas de pasto. También se convive con menores del sector.
¿Y en Chile?
La pérdida de la esencia no es un fenómeno privativo del Palmeiras. De hecho, en Brasil puede notarse mucho menos. En Chile, por ejemplo, los espacios para practicar deportes, y específicamente fútbol, se han ido perdiendo progresivamente, lo que se traduce en que se juega menos y en que incluso los futbolistas que llegan al profesionalismo adolecen de defectos en aspectos que parecen básicos, como el control del balón o la falta de osadía para gambetear a un rival. Se puede ver en los partidos de cada fin de semana.
Sin embargo, a nivel local el modelo que instala el Verdao genera controversia. “Son realidades diferentes. Cada país tiene su propia realidad. En Brasil hay harto espacio, sitios baldíos y en las favelas debe haber más canchas de tierra. Para todo efecto, se ve bonito que vaya un equipo de Palmeiras. No sé si en Chile tenga algún asidero. Es algo más simbólico, pero no causa ningún efecto en desarrollo técnico de los jugadores. Al contrario, en cancha de tierra el bote es diferente. Si lo hiciera Colo Colo o la U sería una cuestión de marketing. Puede estar bien pensado, pero es muy distinto eludir en una cancha de tierra a hacerlo en una sintética. Es difícil transferirlo. Puede ser más un asunto de marketing, de sentar presencia. No más que eso”, estima, por ejemplo, César Vaccia, bicampeón con la U y ex técnico de selecciones juveniles.
“No es que vayan a adquirir las mañas, porque esos son años. Antes el hábitat era el barrio, pero los tiempos han cambiado. Y uno quería jugar en una cancha donde se pudiera controlar, conducir. Gary se crio en el barrio, pichangueó, pero eso es de él. Quizás sirva para que vean y valoren lo que tienen, en camarines, canchas, baños. El barrio es la maña, llegar antes, meter los brazos. No tiene que ver con que un jugador no encare. Al contrario, es más atrayente driblear en una buena cancha”, insiste el ex entrenador laico.
La mirada de Vaccia apunta directamente a la forma en que se enseña a jugar fútbol. “Eso tiene que ver con la metodología. Si en la escuela el profesor les pide tocar de primera y que no eluda, el chico no va a aprender. Los retrocesos han sido porque los entrenadores quieren ganar, desde los cuatro años, y les quitan la alegría a jugar. El ‘tóquela’, ‘tóquela’. Un niño no es un adulto en miniatura. No tiene que ver con jugar en la tierra. Tiene que ver con el entrenador”, sentencia.
Ricardo Luna, histórico técnico de inferiores de Cobresal y ex profesor en el INAF, coincide: “En mi opinión, ese trabajo tiene dos aristas: la búsqueda de la esencia y la parte social. Llevar una estructura organizada a la barriada, para que no lo vean como algo lejano. Es una buena estrategia de marketing y de cercanía. Estoy de acuerdo en que se ha perdido la esencia de la pichanga. Y eso tiene que ver con que se inculca demasiado el juego colectivo, dejando de lado la individualidad. Entonces, se pierde el uno contra uno, el dos contra dos”, afirma.
Como Vaccia, Luna, apunta a la responsabilidad de los entrenadores. “El técnico tiene que darles la posibilidad del enfrentamiento, del duelo. Si se trabaja en esa línea, vamos a recuperar al chico que driblea. Lo mismo los movimientos en diagonal, los pases entre líneas, el pase diagonal atrás. Y encarar. Ese es el tercer nivel que hay que tener en el cerebro. Correr riesgos. A ese jugador que se atreve hay que ponerle detrás un jugador que lo proteja”, sentencia.