Inglaterra, la cuna del fútbol, solo pudo alcanzar la cima una vez. Fue en la Copa del Mundo de 1966, en la que fueron locales. Se trató del primer Mundial televisado en colores y vía satélite para todo el mundo. Se trató también del primer certamen global con mascota e himno, algo tan característico de los campeonatos actuales. La final quedó instalada en los libros de las Copas del Mundo por una polémica que todavía hace ruido en Inglaterra y Alemania, los protagonistas del partido decisivo. ¿Qué hubiese pasado si en aquella época existiera el VAR?
El 30 de julio de 1966, un Wembley con más de 97 mil espectadores recibió a la Inglaterra de Gordon Banks y Bobby Charlton, contra la Alemania Federal de Franz Beckenbauer y Uwe Seeler. Pero ninguno de ellos fue el protagonista de la velada. El actor principal fue Geoff Hurst. Como delantero, no jugó en clubes poderosos (West Ham, Stoke City y West Bromwich) pero se ganó un puesto en el equipo mundialista y respondió con goles. En tres partidos hizo cuatro anotaciones, de las cuales tres fueron en la final. Se trata del único jugador en realizar un triplete en una final mundial. Y su nombre quedó para la posteridad al ser partícipe del mítico gol fantasma.
Gracias al agónico empate germano en el tiempo regular (2-2), la final se fue a la prórroga. En el minuto 101, llega la jugada que marcó el partido. Hurst remata, el balón da en el travesaño y pica en la línea. El árbitro suizo Gottfried Dienst le consulta a uno de sus asistentes, el soviético Tofiq Bakhramov, y éste valida el tanto, ante la incredulidad alemana. Recién en 1995, en Inglaterra se admitió que el balón no había cruzado íntegramente la línea de meta, luego de un estudio de la Universidad de Oxford. Ni siquiera las repeticiones de televisión pudieron darle claridad a la jugada.
El uso de un sistema actual como el detector de goles, que se usa por ejemplo en la Premier League, en el cual le suena el reloj al árbitro cuando la pelota cruza el arco, hubiese despejado toda polémica. Pero eran otros tiempos.
Luego del descubrimiento de Oxford, la prensa alemana reaccionó al instante. “Wembley. No fue gol. Siempre lo pusimos”, tituló el diario Express de Colonia. Por su parte, el Bild Zeitung fue más allá: “Hasta ahora era uno de los mayores secretos del deporte mundial. Ahora, la historia del fútbol tendrá que ser reescrita”. Una jugada de esas características va necesariamente de la mano con versiones de toda índole. Una de ellas decía que el cobro del gol se debió a un mal entendido entre el árbitro y el asistente. Mientras Bakhramov habría dicho en su idioma “niet” (no), el juez suizo Dienst habría entendido “net” (red en inglés).
El line man, fallecido en 1993, se convirtió en una estrella en Azerbaiyán, su tierra de orígen. Tanto así que el estadio más importante del país lleva su nombre. En 2004, aprovechando un partido entre su país e Inglaterra, le hicieron un homenaje en el cual también participó el propio Geoff Hurst. Se mostró una estatua con la figura de Bakhramov en su labor de árbitro y los hinchas británicos que viajaron hacia Bakú fueron hacia su tumba para dejarle flores. Esto irritó a los alemanes.
En 2016, en honor al 50º aniversario del Mundial, en la cadena inglesa Sky Sports se hizo el ejercicio tecnológico de analizar la jugada y estimaron que el balón sí había cruzado la línea. En entrevista con la FIFA, dos años antes, Sir Geoff Hurst (fue nombrado caballero en 1998) declaró, según su versión, que “la pelota estaba al menos un metro sobre la línea”.
44 años después, Inglaterra y Alemania volvieron a jugar en una Copa del Mundo, y las cosas del destino quisieron que se repitiera un gol fantasma. Fue en Sudáfrica 2010, cuando el inglés Frank Lampard se quedó con las ganas de festejar. El actual DT del Chelsea remató hacia portería, la pelota da en el travesaño y luego pica claramente dentro del arco. El gol, increíblemente, no se validó.
Así es el destino. A veces da, a veces quita.