Miguel González (29) está agitado. Se toma un tiempo antes de saludar formalmente a sus compañeros de entrenamiento. Acaba de llegar a toda carrera desde Providencia al Club México de Santiago. Es el primer respiro de un día tan ajetreado como el de ayer, o antes de ayer. O como cada uno de los 300 días al año que le dedica estrictamente al deporte de los puños. Los que ahora describirá.

Su nombre pugilístico no es gratuito, queda claro al conversar con él. "Luis Valenzuela me puso el apodo. Siempre vio que era aguja, que andaba con los boxeadores más grandes, preguntando, metido, atento, despierto…", dice Aguja del momento en que su carrera comenzó, hace ya 15 años. Ahora, a dos meses de enfrentar la pelea por el subtítulo de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) frente al australiano Andrew Moloney, podrá acercarse a lo que soñó hace una década y media: desafiar al campeón mundial supermosca, el británico Khalid Yafai.

Sus manos, pequeñas como las de un púber, intimidan al solo estrecharlas. Duras como puntas de lanzas, el paso de 30 peleas profesionales -con apenas una derrota por puntos, frente al británico Paul Butler- es notorio al sentir sus metacarpianos. Notando el asombro, ofrece una sonrisa. "¿Todo bien?".

Desde que supo del combate que el 22 de marzo disputará en la arena del casino Monticello frente al oceánico, su cabeza, dice, dibuja su rostro día y noche: "Ahora sólo pienso en el australiano. Parece que estuviera enamorado, porque me levanto y me acuesto pensando en él. Lo tengo muy estudiado, conozco sus movimientos". Y sus palabras no son alarde, pues hasta conoce el destino por el que ahora se entrena el rival, Tailandia.

"Así es el boxeo: cada detalle importa para ganar", asegura con ojos atentos, mientras habla de lo que considera uno de los deportes más apasionantes del mundo. "Puede que te guste o no, puedes verlo o no, pero el boxeo es un deporte (…) Muchos dicen que es riesgoso, pero yo voy a la clínica MEDS y veo que hay mucha gente que llega lesionada por jugar al fútbol o hacer otros deportes, pero nadie de boxeo", enfatiza, intentando desdramatizar el debate frente al deporte de los puños, en el que de una manera u otra arriesga el pellejo. "El boxeo cada vez ha tomado más medidas de seguridad. Para eso uno se entrena. Yo no me subiría al ring sabiendo que no entrené, eso es exponer la vida".

También, es normal que antes de un combate un boxeador sufra de ansiedad. Pero él, atento, aprovecha su carácter hiperquinético para sacar rendimiento al día. Lo narra: "Me levanto a las 5 de la mañana. Lunes y miércoles tengo cita con la sicóloga a las 5.40. Luego, voy al gimnasio donde soy instructor, aunque hay días que también tengo un cliente personalizado. Después, 11 AM, voy a la MEDS a entrenar físico. Luego, al departamento para hacer aseo y almorzar. A las 15 llego a entrenar. Después, desde las 19 hasta las 22 horas, cuido mi bebé, Maura, mi trabajo más complicado". Vive a ritmo frenético, por algo es el Aguja. Así, consigue solventar su lucha por su sueño.

El nuevo ídolo

Al llegar al Club México, considerado por muchos como la cuna del boxeo chileno, sufrió de amor a primera vista. Dos amigos, Fabián y Leonardo, lo llevaron a entrenar; al mes ya lo estaban haciendo pelear. ¿Cómo le fue? Infla el pecho al responder: "Bien, gané. Fue contra un cabro de la población José María Caro. Fue tragicómico, porque después de la pelea, la mamá me echó la bronca porque le pegué al hijo". Eso, cuenta el de Renca, es algo normal en este deporte. "Es parte de la euforia del momento".

Y ahora, 15 años después de su primer asalto, comienza a proyectar una vez más el sueño por el que decidió enfrentarse a puñetes tantas veces: alzarse como campeón mundial. "Aún estamos en auge, pero falta un ídolo. Un Zamorano, un Caszely. Yo estoy en ese camino, pero siento que de verdad me van a creer cuando sea campeón mundial", afirma, narrando una ensoñación tatuada en la cerebro. Todo se decidirá el próximo 22 de marzo, cuando Aguja transforme nuevamente sus puños en lanzas para intentar dar el penúltimo paso hacia la gran hazaña.