Siga, siga
No hay que ser muy agudo para darse cuenta de que cambió la mano del arbitraje en el actual torneo. No que sean mejor o peores que antes (los errores, como el penal cobrado a Herrera en contra de López, seguirán existiendo), el tema es otro: darle fluidez al juego.
El domingo me tocó asistir al triunfo de Iquique sobre Universidad Católica en San Carlos de Apoquindo. Una efeméride para los Dragones, que nunca habían ganado en ese recinto. Bien planteado por Vitamina Sánchez, Iquique ahogó a los cruzados desde el nacimiento de la jugada, tapando a Carreño y Aued, y dejando al once de Quinteros maniatado y casi sin caminos para acercarse al arco de un solvente Sebastián Pérez. La faena iquiqueña se vio ayudada por el arbitraje de Piero Maza ¿De qué manera? Dejando jugar, no sucumbiendo a la presión medioambiental ni a los reclamos de los jugadores. En la desesperación, se pedía falta por cualquier cosa. Sabemos de la habilidad de Diego Buonanotte con el balón, pero también para caer al piso ante el menor roce (también para pedir tarjeta).
Lo de Maza no fue un rapto de inspiración o una creación personal. Tal como explicó en este diario Enrique Osses, el jefe de los árbitros chilenos, en el campeonato nacional 2019 la instrucción es dejar jugar y cobrar lo necesario. Es decir, que se juegue fútbol y no a la pinta. Gran noticia. Nada más desagradable que el juego interrumpido, los jugadores revolcándose y los cobros ante cualquier toponcito. Hay ciertos talibanes reglamentaristas, de la escuela que perfeccionó, pero no inventó, Javier Castrilli, que abominan el viejo y desprestigiado "siga, siga".
La tendencia comenzó hace treinta años. Hay pocas experiencias más desagradables que ver el video con la final del Mundial 1990. Cuando el mexicano-uruguayo Edgardo Codesal cobró todo, real o inexistente. La pelota no estaba en juego ni un minuto. Fue un asesinato del fútbol.
La verdad es que hoy el jugador cambió una maña por otra. Debido a que está muy expuesto por las cámaras, las repeticiones y los ángulos cerrados en 4K, se han ido extinguiendo los malandrines que metían cortitos en las costillas, dedos en el ano o rectos de derecha en los balones aéreos. No hay cómo, la televisión los denuncia y luego los castigan de oficio.
Luego, esto creó un incentivo perverso: la proliferación de simuladores, teatreros, llorones y copitos de nieve que se derriten ante el mínimo estímulo, ya sea la punta de un pelo en el hombro. Con el supremo artista Neymar, quien se transforma en rodillo humano cada vez que le trancan la pelota. Algunos analistas han caído en la tentación, frente a la octava repetición en HD, de avalar el cobro de la falta porque "hubo un roce".
Por lo mismo es una buena y saludable noticia la que da el arbitraje chileno: jugar más y llorar menos. El primer beneficiado es el público, que paga por ver un partido donde el balón se mueva la mayor parte del tiempo. Después, los propios jugadores, que andan preocupados por jugar y no por victimizarse. Finalmente, los árbitros, que no tienen que salir a explicar por qué no cobraron alguna nimiedad.
"Siga, siga", música para mis oídos.
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