De una enfermedad larga, complicada y para muchos inadvertida. Todo lo que ha ocurrido en Colo Colo durante el último tiempo responde a una serie de señales propias de una institución que hace tiempo padece un mal.
La renuncia con elástico de Pablo Guede y la impresentable conferencia de prensa posterior se suman a una serie de hechos que evidencian una crisis profunda. Todo partió hace mucho tiempo, con una suerte de guerra civil interna que inexorablemente traería fatales consecuencias. El directorio de Blanco y Negro está dividido. Al punto que su disputa está en los tribunales de justicia.
La Corporación, que se había mantenido firme y unida en su rol de opositora, ahora también presenta grietas y divisiones, fruto de un acuerdo peligroso que la hizo pasar al oficialismo.
Antes ya se habían manejado muy mal una serie de situaciones, como la del gerente deportivo y su salida o la política de refuerzos. Luego pasamos a un vestuario revuelto, que viene así desde hace un tiempo, la salida de Justo Villar y el conflicto que existió con Gonzalo Fierro son un ejemplo.
Lo de Julio Barroso y su twitter no es nuevo, o no se acuerdan de las declaraciones del defensor en contra de José Luis Sierra, quien era, nada más y nada menos que su jefe.
El desgobierno y la crisis de autoridad son evidentes y casi por añadidura, los jugadores han asumido un rol que no les corresponde. Ellos tomaron un liderazgo ocupando un espacio vacío, ausente. Era lógico que en algún momento todo esto se notara en la cancha.
La reflexión y la pregunta que surge es por qué demoro tanto en evidenciarse. Que Colo Colo pierda dos partidos seguidos parece normal, que ganara un campeonato asoma como un milagro en medio de esta crisis feroz. El diagnóstico es claro y rotundo. Ninguna institución puede funcionar si la cúpula está dividida y no tiene una dirección clara. Si quienes mandan no apuntan para el mismo lado, es imposible que un club funcione. Por lo mismo, el remedio y la solución también son evidentes, aunque no fáciles, más bien complejas. En este momento hay dos grupos económicos que mantienen a Colo Colo casi como un rehén. Su obligación es terminar con las egoístas diferencias personales y ponerse de acuerdo. De lo contrario, es necesario que asuman su fracaso y, de una vez por todas, se vayan.