Ni patriotismo mal entendido ni viveza. Lo que hizo Roberto Rojas hace 29 años en el estadio Maracaná fue el mayor atentado contra el fútbol chileno en la historia. Ostenta este triste registro pese a que han existido varios otros en la compleja vida institucional y deportiva de esta actividad. Ningún escándalo dirigencial, ni siquiera el robo a mano armada de Sergio Jadue y sus cómplices, que por cierto siguen andando libres por las calles, puede equipararse con lo que ocurrió el 3 de Septiembre de 1989.
Desde aquel día Chile fue sinónimo de trampa y engaño en todo el planeta y eso duró mucho tiempo, tanto así que un grupo de chicos que mañana cumplen 25 años de su tercer lugar en el mundo, también se vieron afectados. Aquella maravillosa generación de jugadores sub 17, que obtuvo la medalla de bronce en Japón, fueron un bálsamo en medio de una época negra en la que el fútbol nacional era mirado con ojos sospechosos y cuestionadores.
Algunos de esos muchachos pudieron hacer carrera y llegar a un Mundial, como Manuel Neira en el 98, pero otros pagaron el precio de nacer al profesionalismo en un medio castigado y duramente golpeado por aquella terrible noche en que Roberto Rojas decidió cortarse para engañar al árbitro, a Brasil, a la FIFA y al mundo entero.
Muchos creen hasta hoy que lo que hizo el arquero tiene un valor, yo no lo creo. Ni siquiera la discutible buena intención de hacerlo por Chile. El país no necesita actos tramposos en su representación, sobre todo si en realidad detrás de ellos había intereses personales más que colectivos. Menos en un jugador que ostentaba una gran trayectoria y la capitanía de la Selección, en un arquero que en ese momento era el mejor del mundo. En aquella maldita decisión de cortarse, Rojas no solo hizo sangrar su frente, también le provocó una herida fatal a una carrera brillante e inigualable.
Hasta hoy no he visto un portero como el Cóndor y no solo en el plano nacional. Roberto Rojas era el mejor arquero del planeta. Por eso y por muchas cosas, duele hasta hoy.
Lo que Rojas hizo fue una demostración más de un medio enfermo que miraba con buenos ojos el atajo y no el camino largo y correcto. Un fútbol que valoraba la viveza más que la honestidad y estaba dispuesto a cualquier cosa por ganar. Conviene recordarlo siempre, porque aunque hayan pasado 29 años, hay cosas que no han cambiado tanto.