Este sábado, en Guayaquil, se disputará un partido que tiene todos los ingredientes para ser considerado como imperdible, sobre todo para los hinchas locales. Flamengo y Athletico Paranaense, dos de los principales equipos brasileños, se medirán en el estadio Isidro Romero, en busca de la Copa Libertadores, el trofeo más importante del continente a nivel de clubes. En la cancha del estadio Isidro Romero habrá estrellas a destajo. Desde seleccionados brasileños hasta figuras de la Roja, como Arturo Vidal y Erick Pulgar, si Dorival Júnior, el técnico del equipo rojinegro se anima a incluirlos. Un espectáculo de alto nivel que se da por garantizado.

Sin embargo, los hinchas locales ni siquiera se inmutan. Hasta el último reporte, de ayer, apenas se habían vendido 11 mil boletos. Considerando que la capacidad del recinto se acerca a los 60 mil asientos, el riesgo de que el partido más importante que contempla la agenda de la confederación sudamericana para esta temporada se juegue ante una pálida escenografía es inminente. Cada uno de los finalistas tiene derecho a 12 mil localidades, pero el interés ha sido escaso. Como una medida desesperada, de hecho, la Conmebol está regalando tickets, cuyos valores fluctúan entre los US$ 142 y los US$ 245, a cada socio del Barcelona, el club local, que adquiera un boleto. En la Conmebol afirman, en todo caso, que se han colocado 30 mil localidades. Y que se proyecta una asistencia de 40 mil espectadores.

La del sábado no es la única final en terreno neutral que se puede disputar ante escaso público. A la de la Copa Sudamericana, que Independiente del Valle le ganó a Sao Paulo, en el estadio Mario Alberto Kempes, de Córdoba, asistieron apenas 10 mil espectadores.

La idea estrella de la Conmebol, inspirada en las definiciones europeas, que efectivamente se juegan a estadio lleno, claramente obvió la esencia de las definiciones los torneos regionales, en que la localía es un factor clave. Hay otros elementos que permiten cuestionar la viabilidad de la iniciativa: el poder adquisitivo de los habitantes de este lado del mundo y las extensas distancias que separan a los países. Y una más: el público sudamericano, en general, no siente el concepto de neutralidad.

Arturo Vidal, en la semifinal de la Libertadores, entre Flamengo y Vélez Sarsfield. (Foto: Reuters)

Los ajustes

La indiferencia del público ecuatoriano, sumada a lo que ya sucedió en Argentina para la definición de la Sudamericana, tiene inquieta a la Conmebol. En Luque se aferran a mantener la idea, aunque se abren a la opción de introducir una modificación significativa, precisamente con la intención de contar con una mayor certeza respecto de tener tribunas llenas en un partido que merece la mayor atención.

La principal iniciativa en este sentido apunta a disponer de varias ciudades preparadas para albergar la definición. ¿Cómo se determinaría, entonces, el lugar en que se juegue? De acuerdo al origen de los finalistas. Vale decir, se buscaría la sede más cercana a la que puedan acceder los fanáticos de ambas escuadras animadoras del partido de cierre del torneo.

La esencia de la Copa es esa: jugar partidos de ida y vuelta. Ha sido así prácticamente durante todo la historia del torneo. Quieren replicar lo que se hace en la Champions, pero pierde toda su naturaleza”, dice Rubén Espinoza, campeón de América con Colo Colo, en 1991. El exmediocampista se anima, incluso, a aportar una variante. “Lo ideal es que esta final se hubiese jugado en Brasil, en una ciudad neutral. Debería ser así: si los finalistas son del mismo país, se juega ahí, pero en una ciudad neutral”, plantea.

Hay otro factor que el tomecino cree que se debe resguardar. “Acá se juega con altura, calor, humedad, factores que en Europa no cuentan, porque no se ven. Y a todos esos factores se les puede sacar ventaja, sobre todo en una definición”, apunta.

Athletico Paranaense, en la semifinal ante el Palmeiras (Foto: AP)

Con el pie izquierdo

La Final Única de la Copa Libertadores, partió, de hecho, con el pie izquierdo. La primera se iba a disputar en Chile, en 2019, en un encuentro que enfrentaría a Flamengo y River Plate. Los brasileños terminaron quedándose con el título, pero en Lima. El estallido social impidió que el encuentro se disputara en Chile, pese a que el Estadio Nacional había sido sometido a obras de modernización, precisamente para dejarlo en condiciones de albergar un partido de nivel internacional. En esa oportunidad, hubo, incluso, entredichos entre la entonces ministra del Deporte, Cecilia Pérez, y el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez. El paraguayo elogió la disposición de Lima para recibir el encuentro. “Avanzamos en 11 días lo que nos había costado más de 11 meses”, graficó. Y añadió: “Creo que todo estaba dicho como que Lima era la ciudad donde tendríamos que haber venido desde el principio”.

Desde La Moneda recibió un mazazo. “Cuando él señala que en 11 meses no se hizo lo de 11 días en Lima, ¿a qué se refería? ¿A que nosotros como gobierno no les aceptábamos una ley corta que los eximiera de impuesto a la Conmebol y sus patrocinadores? ¿Se refería a que no aceptamos cerrar dos meses antes el estadio y no pudieran entrenar nuestros deportistas? ¿O a que no aceptáramos financiarles una fiesta de 40 millones en Castillo Hidalgo para los gerentes de la Conmebol y a sus patrocinadores?”, respondió Pérez.

Esa vez, finalmente, hubo un chileno en el campo de juego: el juez Roberto Tobar. Y las tribunas del recinto limeño estuvieron, efectivamente, colmadas de público.

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