Video: Tapia cantando por Chayanne
La concentración del plantel en una solitaria hacienda en el Valle del Cauca durante el Sudamericano de Colombia, resultó clave en la consolidación del proceso mundialista.
Héctor Tapia toma asiento en la sala, mira de soslayo al objetivo de la cámara y respira profundamente. Es febrero de 1993 en el Valle del Cauca y está a punto de comenzar la ronda de preguntas. "Dicen que tienes fama de ser amigo de lo ajeno", inquiere, entonces, el primero de los ficticios periodistas, sus compañeros, siguiendo el ejercicio que propone Véliz. Y el hoy técnico de Colo Colo, que tiene apenas 15 años, no puede saber que aquella será una de las preguntas más incisivas y complejas que habrá de responder a lo largo de toda su carrera deportiva.
Pero debe contestar y lo hace, sin perder los nervios. Encontrar respuestas es, al fin y al cabo, algo inherente al oficio del futbolista. Y a esta inhóspita hacienda del extrarradio de Tuluá, en donde la selección Sub 17 está aguardando el inicio del Campeonato Sudamericano de la categoría, Leonardo Véliz ha venido precisamente a eso, a construir futbolistas.
"El Pollo Véliz se consiguió una finca, una parcela fuera de la ciudad, en medio de la selva, donde teníamos que hacer de todo. Y recuerdo que Solinas, el preparador físico, era quien nos cocinaba, y por lo demás, lo hacía bastante bien", comienza a relatar al respecto René Martínez, ex seleccionado chileno Sub 17, y entrevistador y entrevistado, claro, en aquella curioso fábrica de profesionales de Tuluá: "Jugábamos cartas, al carioca, me acuerdo, cantábamos, y nos hacíamos entrevistas entre nosotros. Eso era lo más entretenido. Uno se hacía pasar por entrevistador y otro era el entrevistado". Y en ocasiones, como pudo comprobar La Tercera a partir de las inéditas grabaciones realizadas por Véliz, el entrevistado también cantaba. Como "El centro de mi corazón", de Chayanne, estoica y sentidamente interpretada por Tapia.
"Era una casa de campo como las de Pablo Escobar. Para llegar pasabas como tres puestos de vigilancia con personal de civil con armamento, pero todo era adecuado, exactamente lo que necesitábamos. Teníamos hasta una laguna", rememora orgulloso el propio Véliz, perfectamente consciente de que allí, entre largos interrogatorios, partidas de cartas, visionados de la película Rambo (el único filme en VHS con que contaba la expedición), cocos, monos y pelotas de fútbol, fue donde comenzó a gestarse, a fuego lento, el milagro de Japón.
"Yo solo recuerdo que siempre comíamos pollo, no me preguntes por qué, pero siempre comíamos pollo. Y cuando Óscar Solinas estaba dando los platos siempre te ofrecía: carne o pollo. Y todos gritábamos 'carne' porque ya estábamos choreados del pollo. Y Óscar llegaba y te decía: 'Toma, ahí tienes, carne de pollo'", rescata Pablo Herceg, antes de estallar en una sonora carcajada. "La convivencia en Tuluá fue fundamental. Allí fue donde nos conocimos de verdad y donde nos consolidamos como grupo", refrenda Manuel Neira.
Un grupo que hace hoy 25 años apostó por reinventar los métodos para reescribir la historia. Y se hizo de bronce.
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