No tenía el mejor currículum como jugador ni venía avalado por una majestuosa trayectoria como técnico, pero el 7 de octubre de 2017, un día después de que Croacia hipotecara buena parte de sus opciones de clasificar al Mundial empatando a un gol en casa con la modesta Finlandia, Zlatko Dalic (51) era el único que estaba. Y el único al que no le tembló el pulso al agarrar, con mano firme y sobre la hora, el timón de una selección que hacía tiempo que venía haciendo aguas.
Su contratación de urgencia, en reemplazo de Ante Cacic, no fue en absoluto popular. No terminaba de convencer del todo su legado como discreto centrocampista de corte en equipos de media tabla de Bosnia y de Croacia.Tampoco su trayectoria reciente como DT, desarrollada principalmente en el fútbol de Albania, Arabia Saudita y Emiratos Árabes. Y puestos a no ser, el nuevo seleccionador no era ni siquiera croata. Pero todas las reticencias que su llegada había generado se esfumaron pronto, cuando el conjunto ajedrezado logró imponerse en Kiev a Ucrania y terminó sellando su pasaporte mundialista en el repechaje ante Grecia. El primer objetivo, el de la clasificación, estaba logrado.
Con un plantel sumido todavía en la inseguridad pero encabezado por un puñado de futbolistas excelentes en la cima de su carrera deportiva, Croacia aterrizó en territorio ruso, consiguiendo certificar su clasificación a octavos con puntaje perfecto y un fútbol dominante y atractivo. Doblegando con autoridad a Nigeria, aplastando en el cuerpo a cuerpo a Argentina y derrotando con nueve modificaciones en su oncena tipo a Islandia en la jornada decisiva del grupo.
Y todo ello mientras Dalic, el desdeñado, el técnico presuntamente impasible, tomaba decisiones, asumía riesgos y acertaba. La primera de ellas, un golpe de autoridad, en el primer partido, enviando de vuelta a casa al ariete Kalinic (un jugador importante) por negarse a ingresar al césped en los últimos minutos del duelo ante Nigeria. La segunda, entregando galones a los referentes (llámense Modric, Rakitic, Lovren o Vida), pero sin dejar que el resto (a la postre también decisivos) dejasen de sentirse protagonistas. Y la tercera, quizás la más importante de todas, adoptando ese papel de líder silencioso en segundo plano, sin interferir en las jerarquías propiamente futbolísticas.
Una receta de éxito que el oriundo de Livno (hoy Bosnia Herzegovina) ha sabido desarrollar en tiempo récord sin alzar la voz, sin demasiados aspavientos, y con la única ayuda de su inquebrantable fe católica y el rosario que esconde en su bolsillo. "Queremos disfrutar del partido", proclamaba ayer, sonriente, el bueno de Zlatko. Y lo cierto es que suceda lo que suceda esta tarde, tanto el combinado croata como su silencioso líder bosnio lo tienen merecido.