“Cuando tomé el crédito hipotecario, terminé pagando sobreprima. Todos los créditos van asociados a un seguro, pero a un gallo que hace un deporte peligroso siempre le cobran un adicional”. El testimonio es del montañista Ernesto Olivares, quien registra entre sus mayores logros el haber escalado seis ochomiles diferentes, entre ellos dos veces el Everest. Actualmente se desempeña como guía e instructor de la Asociación Chilena de Guías de Montaña.
La disciplina en la que se desenvuelve tiene un cierto grado de complejidad, que depende de diversos factores y de una buena planificación. Generalmente se dice que hay que ser valiente para enfrentar un macizo. “No sabemos si es valentía o estupidez. Yo hago clases de gestión de riesgo y ahí establezco algunas diferencias. Por ejemplo, una avalancha es peligrosa, pero caminar debajo de ella es riesgoso. Entonces, uno tiene que evaluar los peligros para saber gestionar el riesgo”, afirma.
En este sentido, el destacado escalador fija dos categorías de conducta: “Una cosa es ser valiente y la otra es ser temerario. El valiente es capaz de controlar el miedo, pero el temerario no. Al gestionar, uno busca cómo enfrentar ese peligro sin que me cueste la vida. Y así uno va planificando. Por eso, se escala en ciertas temporadas. Si tú decides correr un mayor riesgo, sabes que estás quedando más expuesto. Entonces, la pregunta es qué tan dispuesto estoy a correr esos riesgos”.
La psicóloga deportiva María José Martínez coincide con esta apreciación. Inevitable es recordar la reciente desaparición de Juan Pablo Mohr, quien intentó hacer cumbre en invierno y sin oxígeno suplementario en el K2. “El montañista parte en el Pochoco y termina en un 7 mil. Después va a querer escalar sin oxígeno y va a ir buscando desafíos. De ahí surge la pregunta: ¿son riesgos controlados? ¿Decisiones más acertadas o menos acertadas? Lo que pasó con JP está relacionado a la gestión de riesgos. ¿Qué pasó? Es algo que no vamos a saber, pero no se puede tener control sobre la naturaleza”, sostiene.
En el contexto del deportista extremo, la profesional levanta ciertos patrones. “Hay algunos que asumen por catarsis y dicen ‘voy a tomar una conducta de riesgo para descargar emociones negativas’. Por ejemplo, tirarse en paracaídas. Otros, buscan un desarrollo de la autonomía y adquirir independencia y autosuficiencia. Ahí entran los montañistas, los ultramaratonistas y los que compiten en rally. Y hay una tercera parte, que tiene que ver con la apariencia, y eso va más de la mano con concertar mi imagen y tener un factor que me distinga de los demás. Por ejemplo, los surfistas”, señala.
Sobre los grupos que se internan en estas disciplinas extremas, Martínez plantea que “este tipo de deportes se ve más en hombres que en mujeres y tiende a ser más común en gente más joven que en gente más grande. Con la edad, uno va asumiendo menos riesgos. Además, mientras más gente dependa de ti, tiendes a correr menos riesgos”. Y apunta: “La mayoría no tiene grandes vínculos familiares, son de familias chicas y generan el menor apego posible ante el riesgo de muerte”.
“En el deporte extremo se habla de una subcultura. Está asociado a un estilo de vida. Eso viene determinado de un proceso de identificación en la adolescencia, un proceso de definición de la personalidad. Y eso tiene que ver con estilos que buscan sensaciones o recompensas de la estimación de las propias habilidades. Compiten consigo mismos”, complementa.
En la cultura popular, no son pocos los que creen que hay un grado de locura en intentar este tipo de desafíos arriesgando la vida. Sin embargo, la terapeuta descarta esa teoría. “Al contrario de lo que se pueda pensar, este tipo de deportistas son personas que tienen un muy buen control emocional, son súper comprometidos con lo que hacen en su actividad y eso es muy profundo. Siempre están en la búsqueda de nuevos retos. Ellos se convierten en grandes influencias y referentes. Todos trabajan mucho. Chaleco López y Casale, a quienes conozco, son hijos del rigor. Hay mucho desarrollo de habilidad técnica. En el caso del montañismo, hay mucho de soledad y eso también puede tenerlo un Dakar. Ahí, pongo un ejemplo: Chaleco, atendiendo a un piloto que se moría. Cómo volver a concentrarse después. Sin duda que hay que ser muy fuerte”, grafica.
Uno que tuvo una muy destacada participación en esa prueba este año fue Giovanni Enrico. El piloto de quads obtuvo el segundo lugar y debió enfrentar diversas situaciones extremas, las que, sin embargo, no merman su pasión por esta disciplina.
“El Dakar para mí es un vicio que es muy difícil de explicar. Desde que empecé con el tema del rally, siempre pienso en cómo mejorar o analizo en mi mente las carreras o entrenamientos realizados. Analizo lo bueno y malo. Lo bueno es ganar con el quad en buen estado, o alguna parte de la especial que te hace sentir cómodo, como el pasar el filo de una duna, alguna curva a gran velocidad, un salto, entre otras cosas”, describe el antofagastino.
“La parte mala de este deporte son las caídas y lesiones. Es el precio de este deporte, pero hay que estar consciente de que te puede pasar en cualquier momento. En especial en carreras tan largas como el Dakar, en donde un kilómetro de los 7.800 recorridos te puede dejar fuera por alguna caída. Uno se prepara físicamente y mentalmente para minimizar las caídas y errores lo más posible. Yo, en ocasiones, veo videos de caídas para saber lo que te puede pasar y ver la reacción del quad en ciertos tipos de terrenos que te pueden causar el error para caerte. Me sirve para crear conciencia de lo que te puede causar el deporte del rally cross country”, añade.
La tragedia siempre está latente en el trayecto de una carrera, que a lo largo de sus 42 años de existencia ha sido testigo del fallecimiento de 27 pilotos y 16 personas involucradas indirectamente. “Hay que lidiar con la muerte de otros pilotos. Sin duda, esto es lo más difícil. Cuando estás en competencia y vez a un piloto que lo están sacando en helicóptero, es porque ese piloto sufrió alguna lesión grave. Cuando muere un piloto se siente la tensión en el campamento. Nunca olvidaré cuando murió Paulo Gonçalves. El silencio que había en ese bivac no lo había experimentado antes, fue muy duro y triste. En esa ocasión, la organización decidió cancelar la etapa siguiente, y creo que fue acertado, ya que muchos pilotos eran muy cercanos a él y estaban muy afectados”, recuerda, para luego compartir una reflexión: “Cuando pasa esto, te preguntas si vale la pena arriesgar la vida por solo una carrera, y como dije anteriormente, el Dakar es un vicio. Y, a pesar de todos los peligros que hay, cuando termina la carrera ya estas pensando en volver al año siguiente”.
¿Controlar el riesgo prohibiendo? No es una alternativa. Al menos para Ernesto Olivares. “Creo que no. Mientras más prohíbes, para el ser humano es más atractivo. Mientras más riesgosa la actividad, más adrenalina. Si educas, vas a poder tener un público informado. Ni temerario, ni prohibido. Gente que sepa cómo enfrentar el peligro”, reafirma.
Por otro lado, el montañista también explica cuáles son los resguardos que se toman a la hora de practicar montañismo. “Yo hago clases y tengo que tener un seguro. En el centro de formación tenemos una bolsa de días. Cubre el trayecto y las actividades. Uno explica las actividades, se llena una nómina y se envía al seguro”, detalla.
Para ir al extranjero, los recaudos son mayores. “En algunos lugares es obligatorio tener un seguro de rescate. Si no lo tienes, no te venden el permiso. En otras partes, si no tienes ese seguro, tienes que pagar de tu bolsillo el rescate, que sale cerca de US$ 1.500. Yo, por ejemplo, tengo un seguro que me cubre desde donde te accidentaste y te deja en la clínica que tú escojas”, manifiesta el deportista, que sobrevivió a una avalancha en el Everest y que ahora prepara una nueva expedición a Alaska. Siempre pensando en cómo gestionar el riesgo para no caer en la temeridad.