Se supo desde mucho antes del partido, desde que en la primera aparición en las pantallas gigantes del Mercedes Benz Arena de Atlanta, cuando faltaba más de una hora del juego, la ovación para Tom Brady se sintió desde todos los sectores del estadio. El mariscal de campo, de 41 años, era la cara visible de los New England Patriots, el equipo que retornaba por novena vez en los últimos 18 años al Super Bowl -la final del fútbol americano y el evento deportivo más importante del año en Estados Unidos-, y que terminó ganando por 13 a 3 el partido para llevarse por sexta vez el título.
Los Patriots jugaron de locales en la edición 53 del partido por sus hinchas. Era evidente también por la asimetría entre la cantidad de poleras del equipo –la mayoría de Brady- y las de sus rivales, Los Angeles Rams. El factor anecdótico se tradujo en una diferencia competitiva: el ruido molestaba al mariscal de campo del elenco californiano, Jared Goff, en jugadas claves a lo largo del encuentro.
Ansiosos de encontrar en cada hecho una historia, la prensa deportiva estadounidense había marcado que el enfrentamiento era un duelo generacional. A un lado, Brady y el entrenador de los Patriots, Bill Belichick, de 66 años y quienes han compartido juntos las últimas 19 temporadas. Del otro, Goff (24 años) y Sean McVay (32), el joven técnico revelación de la temporada. Tres ejemplos: Goff tenía 6 años cuando Brady ganó su primer título. McVay es nueve años menor que el mariscal de campo de los Patriots. Y sumadas las edades de Goff y McVay, son casi exactamente la mitad que la suma de las de Brady y Belichick.
Había un factor extra. Mientras los Patriots son el emblema del balance en todas las líneas, los Rams forjaron su estilo con una ofensiva muy agresiva. Por eso, el choque entre los dos equipos aparecía como un frente a frente en toda regla.
La primera parte del partido fue de estudio. Los Patriots jugaron apoyándose mucho en corridas y pases cortos con Julian Edelman, recepto y uno de sus compañeros históricos, como válvula de escape. La fórmula le permitió mantener a la ofensiva de los Rams afuera del campo, teniendo el doble del tiempo de posesión, pero eso no se tradujo en puntos, llevándose una exigua ventaja de 3 a 0 al descanso.
El inicio de la segunda mitad del partido fue similar, con intercambios de posesiones que hacían correr el reloj, pero que no permitían a los Patriots despegarse de sus rivales. En aguantar una y otra vez las embestidas de Brady fueron claves los esquineros de Los Angeles, quienes no permitieron que ningún pase profundo del mariscal de campo conectara con sus receptores.
Mientras, una de las series ofensivas de los Rams terminó con un gol de campo para igualar el marcador. Pero las defensivas fueron tan predominantes que ocurrió algo extremadamente inusual en la NFL: en los tres primeros cuartos no hubo ninguna jugada de ninguno de los equipos en la denominada "zona roja", las últimas 20 yardas del terreno rival.
En el último cuarto pasó otra cosa poco frecuente en el fútbol americano. Cuando faltaban 10 minutos, y el empate se mantenía, los fanáticos de New England que llenaban el supuestamente neutral Mercedes Benz Arena corearon un "Brady, Brady", como implorando un toque más de magia del hombre que es sinónimo de triunfo para su equipo. Y Brady, abajo en la cancha, pareció escuchar: dirigió una serie con pases al milímetro a dos de sus cómplices históricos en los Patriots, Edelman y el ala cerrada Rob Gronkowski, que terminó con el primer touchdown del partido.
Pero Goff y los Rams se recuperaron, y avanzaron hasta que apareció su primer error ofensivo serio de la noche: un pase a su receptor estrella, Brandin Cooks, fue interceptado por el esquinero de los Patriots Stephon Gilmore, dejando a su equipo a las puertas de un nuevo anillo.
De ahí, lo que vino fue una clase de control. Jugando con el reloj y la tensión de los Rams, Brady inició una serie ofensiva entregando el balón a sus corredores y obligando a Los Ángeles a usar sus cruciales tiempos fuera para detener la marcha. Con la paciencia de quien ha estado antes en esa posición, el mariscal de campo no se apresuró ni un segundo, dejando pasar los minutos y sellando la victoria a pura estrategia, con un gol de campo que ya puso las cosas fuera del alcance de sus rivales.
Con su sexto campeonato, ya está casi fuera de discusión el trono de Tom Brady como el mejor jugador de la historia de su deporte, una verdadera leyenda del fútbol americano. Las comparaciones son con grandes de otras disciplinas que tuvieron períodos de dominación, como Federer, Nadal, Tiger Woods o Lionel Messi. Lo mejor es que hambre tiene de sobra. Así quedó claro esta semana, cuando le preguntaron si a los 41 años, después de jugar casi dos décadas uno de los deportes más duros del mundo y de ganarlo todo una y otra vez, pensaba retirarse si triunfaba en este Super Bowl. ¿La respuesta? Simple y rotunda: "Cero posibilidades".