En la última semana surgió la polémica por las condiciones de viaje de la selección chilena femenina a Estados Unidos. La capitana, Christiane Endler, y una de sus figuras, Fernanda Pinilla, se quejaron de que debían viajar en clase turista, en comparación con sus homólogos varones, que lo hacen en primera.
No me interesa tirar un par de consignas para la tribuna, facilistas, exigiendo, con impostada indignación, que las mujeres de nuestro equipo nacional reciban su merecido upgrade. Quedaría bien para la gallada y las redes sociales, siempre necesitadas de frases rabiosas e indignadas, pero no solucionaría nada ni iría al fondo del problema. Es bueno recordar que la selección masculina vendió los derechos de sus partidos en más de 100 millones de dólares. Hace 13 años, en la época de Reinaldo Sánchez, esos derechos no valían ni el 10 por ciento y el equipo viajaba en unos chárters de morondanga, de rigurosa clase turista. Es un tema de simple economía.
Lo de la comodidad en un viaje es un detalle. El tema, creo, es otro y necesita una reflexión y también unas determinaciones de fondo, complejas y a largo plazo. Creo que el fútbol femenino será, sin remedio, el pariente pobre si sigue anclado a la ANFP. Esto es, al Consejo de Presidentes. Ya sabemos cómo funciona el asunto, con intereses creados, el cartel de factoring por un lado, el cartel de los empresarios de jugadores por otro (con presidentes títeres en distintos clubes) y reglamentos tan discutibles y regresivos que el tribunal de la libre competencia los tiene en la mira.
Para la mayoría de estos dirigentes, accionistas y empresarios, el fútbol femenino no es más que un cacho. Una extensión molesta que se asoma en la estructura, como una callosidad, y no les interesa nada su desarrollo. Es decir, no están dispuestos a poner nada: ni tiempo, ni energía, ni mucho menos dinero. Si las cabras se autofinancian, bienvenidas. Si generan ganancias, van a exigir su porcentaje. Si hay pérdidas, mala suerte. Que se las arreglen.
No, amigas, en la ANFP van a pérdida. Lo que deben hacer es su propia asociación. La ANF. Explico: el fútbol chileno, reglamentariamente, lo maneja la Federación de Fútbol de Chile, no la ANFP. Eso en el papel. En la realidad, la ANFP se comió a la FFCh. Y esta última apenas aplica para las divisiones de aficionados, bien controladas por el tapón de la Segunda División Profesional y la famosa cuota de incorporación inventada por Sergio Jadue y Felipe Muñoz.
No hay impedimento reglamentario para que el fútbol femenino haga su propia asociación dentro del paraguas de la Federación y la FIFA. Y así, libremente, cree sus propios reglamentos, tenga sus propias divisiones, determine sus propias políticas, convoque sus propios consejos de presidentes (presidentas) y genere sus propios recursos.
En vez de estar mendigándole a los equipos de la ANFP que tengan rama femenina, determinarían de forma autónoma qué clubes integrarían el campeonato, pudiendo incorporar a las universidades, empresas y ciudades que no están representadas en el fútbol masculino. Y los equipos tradicionales que quisieran participar, tendrían que someterse a la federación femenina. Lo mismo podrían manejar las selecciones femeninas, vender los derechos de televisión, conseguir los sponsors y conseguir los pasajes que correspondan. Sin depender ni tironearle el abrigo a nadie. En Estados Unidos funciona así.
Entiendo que es una acción arriesgada, a largo plazo, que tiene infinitos problemas en su concreción. Pero, de la misma manera, es el camino más claro a la autonomía, el desarrollo y la adultez. Mientras el fútbol femenino siga con el cepo del Consejo de Presidentes estará condenado a mendigar recursos, políticas y atención.