Las penas del fútbol se pasan con fútbol, dicen todos. Y algo de eso, efectivamente, tiene el retorno de Chile a la cancha. Hoy, en Estocolmo, casi seis meses después de la derrota ante Brasil que certificó el fin del sueño mundialista, vuelve a aparecer el equipo. Y aunque el partido no tenga relevancia futbolística alguna, marca un antes y un después. Históricamente, al menos.

¿Recambio? No es urgente, necesario ni lógico todavía. Habrá que ir viendo, de a poco, algunos nombres que en rigor ya habían sido parte del grupo (Díaz, Pulgar, Roco, Maripán, Albornoz, Sagal, Rodríguez, Castillo) y otros que buscan la oportunidad, pero que debieran ser medidos donde corresponde: en las prácticas, que es el único laboratorio válido para hacer experimentos. ¿Qué se le puede exigir hoy al equipo de Rueda? La entrega y protagonismo de siempre…pero poco más. No es el momento para juzgar estilos o propuestas tácticas definitivas. No es un revolucionario Rueda, nunca lo fue, por ende quienes aspiran a cambios brutales en la primera jornada del viaje pecan de voluntaristas.

Muchos alaban el nuevo centimetraje de los zagueros. Una variable que en sí misma no resuelve nada. Ya veremos si los nuevos dan el ancho como lo dieron en su momento Medel y Jara. Todos conocimos troncos miserables de gran estatura. Y centrales bajitos, como Cannavaro y el Chita Cruz, que le daban cancha tiro y lado a cualquiera. Un buen central debe ser inteligente, concentrado, rápido de cabeza y piernas, tener personalidad y buen timing, ductilidad para el mano a mano y la salida con balón dominado. ¿La altura? Secundario. De hecho, el mismo Paulo Díaz, el único más o menos fijo por rendimiento, no es de los más grandes.

Más dudas peloteras: ¿tendrá alguna vez reemplazo el guía histórico del equipo, que era Marcelo Díaz? ¿Habrá alguna opción nueva por las bandas o seguiremos dependiendo para siempre de Isla y Beausejour? ¿Pasará Medel al medio? ¿Tendremos, por fin, alguien que pueda plantarse ofensivamente por la izquierda y desbordar cada vez que sea necesario? ¿Ya está listo Castillo para ser el nueve? ¿Volveremos a jugar con nueve? ¿Hay nuevos generadores de fútbol como lo fueron alguna vez Valdivia y Fernández? ¿Jugará Rueda con dos volantes de contención? ¿Rematará alguien desde fuera del área de tanto en tanto?

Hay mucho por ver. Se ha hablado poco de fútbol en las horas previas. Por razones obvias. La recomposición del grupo ha sido rasposa, espinuda. No es un detalle que se haya bajado del barco el capitán. Legítimamente, todos quieren saber si es verdad que podrá volver porque le dejaron "las puertas abiertas". No queda tan claro. Aparte, obviamente, no es el plantel el que decide. Tampoco la ANFP, que no está en condiciones de vetar a nadie. Debiera ser Rueda.

Termino con un punto clave, en términos estructurales e históricos. Se ha hablado poco de fútbol entre otras cosas porque hasta ahora nadie desde adentro, nunca, en ningún momento, ha hecho lo más importante, lo que era urgente tras la eliminación: definir, con profesionalismo y valentía, públicamente, las razones del fracaso. Los llamados a hacerlo prefirieron arrancar sin dejar nada (el dramático, triste y muy criticable adiós de Pizzi) o callar para siempre (el directorio de la ANFP). El rosarino dejó como epílogo una carta indigna para un proceso tan largo y bien pagado y la ANFP prefirió una respuesta completamente infantil con el aval de demasiado comentarista amateur o complaciente: "quedamos eliminados porque perdimos con Paraguay y Bolivia". O peor aún "quedamos eliminados porque fuimos a la Copa Confederaciones".

Es decir, "perdimos porque no ganamos". Ésa, seis meses después, sigue siendo la única explicación más o menos seria de los responsables. ¿Se trabajó mal, como dice Bravo? Silencio. ¿Hubo graves indisciplinas, como revelaron familiares y voces internas del plantel? Silencio. ¿Se prepararon mal los partidos? Silencio. ¿Se entrenó menos que nunca y peor que nunca? Silencio. El proceso de análisis emocional, intelectual y futbolístico tras el chasco y el naufragio exigía más rigor. Al menos detectar y definir los errores para no volver a cometerlos. Pero todos escaparon de su obligación. Al igual que tras la Copa Confederaciones, dejaron al plantel solo, a la deriva, jugando a elaborar explicaciones que no les correspondían a ellos.

La basura debajo de la alfombra, una vez más. La peor versión de la chilenidad. Igual que con los robos de Jadue y su gente. Hasta aquí, nada. Todos caminando libres por las calles. Y varios dentro del fútbol todavía. Porca miseria.