Hay tantas formas de fracasar como de digerir el fracaso. Tantas maneras de desplomarse como de acometer la reconstrucción. Y los nuevos procesos iniciados por Alemania, Argentina y España, las tres potencias eliminadas prematuramente del Mundial de las sorpresas, lo ejemplican a la perfección. Pues de sus naufragios rotundos -en cierto modo análogos- cada federación terminó por extraer conclusiones muy diferentes.

Alemania fue el primer gigante en caer. La Mannschaft defendía corona, pero terminó siendo apeada del torneo en la fase de grupos. Una debacle -el peor resultado de la escuadra bávara en 80 años- que no impidió a la federación teutona renovarle el contrato a su seleccionador, Joachim Löw. Una medida continuista -sorprendente para muchos- que no significaba sino un espaldarazo definitivo a un modelo de trabajo y a un sistema de juego. Renovando a Löw (gestor del título en Brasil 2014) Alemania renovaba también su fe en una idea que tan buenos resultados le había reportado en el pasado. Pese a fracasar como nunca -entendieron seguramente- habían jugado como siempre, con ese estilo dominante basado en la posesión de la pelota. Un modelo que debía seguir siendo la bandera del equipo en el futuro.

Una gestión de la crisis muy distinta a la de Argentina, que se limitó a situar a Sampaoli (chivo expiatorio casi exclusivo del fracaso transandino) en la guillotina. Por su cabeza -resolvieron- debía comenzar la reconstrucción.

Un recurso manido teniendo en cuenta que el casildense es el décimo técnico en 14 años de la albiceleste (todos con sistemas diferentes) y el tercero en el último ciclo mundialista. La depuración de responsabilidades terminó ahí. Argentina no fue Argentina en Rusia, pero llevaba tanto tiempo sin serlo que se optó por no ahondar en análisis metodológicos y despedir al mensajero.

Más rotundo fue el golpe de timón dado en España. Llegó un nuevo director deportivo (Molina) y también un técnico nuevo (Luis Enrique) anunciando la ruptura con la exitosa tradición de DTs pacificadores iniciada con Luis Aragonés, y, de paso, con su replicado y tantas veces alabado modelo de juego.

La Roja de los mil pases estériles por partido decidió romper con su ADN y su pasado reciente para iniciar una nueva era. El fútbol de toque, asociativo, innegociable, fue señalado esta vez como el responsable de la caída para construir, a partir de las ruinas de Rusia, una España nueva.