Hace diez años, Colo Colo se preparaba para otra vuelta olímpica. Ese lluvioso y frío 3 de junio de 2008, en Viña del Mar, si no mediaba un milagro, los albos iban a celebrar el ansiado pentacampeonato, una marca inédita para el club y para el fútbol chileno. Estaban confeccionadas hasta las poleras con las que festejarían la gesta, que coronaría un ciclo brillante.
Razones para ilusionarse, sobraban. En la ida, que se jugó seis días antes en el Monumental, el Cacique de Fernando Astengo (Claudio Borghi había renunciado en marzo y el León asumió como interino), obtuvo una ventaja que parecía decisiva: 2-0, con goles de Lucas Barrios y Gonzalo Fierro. Los albos aún mantenían la base del plantel que había formado el Bichi. Era un equipo acostumbrado a ganar.
Sin embargo, todo se derrumbaría en la revancha. Sin que nadie lo anticipara. En un Sausalito repleto, se produjo el desenlace que horas antes parecía inimaginable. Hasta el entretiempo, la corona alba no corría peligro. El complemento abrió con la primera alerta: Ezequiel Miralles batió a Cristián Muñoz. Jaime Riveros, en los 71', amplió la diferencia y, cinco minutos más tarde, el argentino se graduaba de superhéroe al sentenciar el cuarto título evertoniano después de los de 1950, 1952 y 1976. Para completar el cuadro, en el arco viñamarino estaba Johnny Herrera, un reconocido archienemigo de los albos.
Ha pasado una década del último milagro de Nelson Acosta, quien dirigía a los ruleteros. En Viña recuerdan cómo fueron motivándose para lograr la proeza, que conmemoran cada año. Esta semana, de hecho, parte del equipo se reunió en un restorán de la Ciudad Jardín para conmemorarla. "Todos daban por hecho el pentacampeonato de Colo Colo. En el estadio se veían las banderas con las cinco estrellas, la gente con sus camisetas. Nosotros no teníamos nada preparado para celebrar, aunque teníamos fe. Colo Colo tenía todo listo", recuerda Benjamín Ruiz, quien jugó en la histórica definición en el Sausalito. "Queríamos evitar esa quinta estrella. Era una misión adicional. Era una lata que nadie nos tuviera fe en el resto del país, porque en Viña la gente nos hizo sentir como que era la final del mundo", recuerda.
Al descanso, la cuenta se fue en blanco. Sería ése, según declaró Fernando Astengo, el punto de inflexión. "Pasado el tiempo, uno todavía no le encuentra la explicación clara a por qué los jugadores cayeron en un pozo futbolístico y el rendimiento en general del equipo fue horrible. Yo creo que fue el peor partido que Colo Colo haya jugado en una final", aseguró el entrenador en una entrevista a radio Cooperativa, en la que también reveló problemas en la negociación de los premios en las horas previas. Las tratativas, dijo, se habían prolongado hasta un día antes de la definición. "No íbamos bien a Viña producto de esa situación", agregó.
Rodrigo Meléndez, referente del plantel albo entonces, reconoce que pudo existir un desgaste por la negociación a la que alude Astengo, pero descarta que haya sido esa la causa de la merma. Y, de plano, descarta una eventual intencionalidad. "A lo mejor, hubo un desgaste, pero perdimos por un tema futbolístico. Everton fue mejor. No nos dejaron asociarnos. Y pudieron ganar en el primer tiempo. Siempre quisimos ganar", afirma.
Kalule elogia la viveza de Acosta, quien por estos días lucha por su salud en su campo de la Sexta Región. "Nos puso mucha gente ofensiva. Estaban Miralles, Canio, Gigena, Riveros. Incluso los volantes defensivos, Delgado y González, jugaban bien. La virtud del profe Nelson fue leer bien el partido", destaca.
Paralelamente, el descanso era el momento en que la palabra de Acosta cobraba importancia en el vestuario viñamarino. El exseleccionador apeló a su discurso más motivacional, más genuino. Con gritos y chilenismos incluidos. "Nelson siempre tuvo fe en nosotros. En los playoffs habíamos dado vuelta una serie con Audax. Esa noche fue inolvidable. En el entretiempo se veía parejo. Los mensajes de Acosta no eran tranquilitos, precisamente. Nos dijo que estábamos haciendo un buen partido. 'Vamos, mierda, Colo Colo no es más que nosotros', era lo que más repetía. Los experimentados tomaron la palabra. Habló Jaime (Riveros), que no era mucho de dirigirse al grupo. También Miralles, Uribe y Johnny Herrera. Entre ellos impulsaron a los más chicos a tirarnos con todo. Y así fue. Era matar o morir", dice Ruiz. "Una de las grandes virtudes de Nelson es que conocía muy bien a los jugadores. Era respetado. Cuando el grupo respeta al entrenador y va detrás de una idea tiene más posibilidades de éxito", dice Miralles.
El argentino también habló en la cancha. Marcó dos goles. "Lo primero que se me viene a la mente es que prácticamente no podía correr, tenía una pubalgia terrible. Estaba recontra adolorido, esperando al doctor para infiltrarme. No pudo venir en el bus y llegó medio tarde. En ese transcurso, en el camarín me hicieron un masaje para calentar la zona. Con el calentamiento y el apoyo de la gente, más la motivación que siempre existe en un partido como esos, pude entrar a jugar", repasa el exdelantero. También recuerda el desarrollo del partido. "Terminó a cero el primer tiempo, pero con muchísimas situaciones de gol a nuestro favor, tiros en los palos. Cuando le toca ser campeón a un equipo como Everton, seguramente se genera una mezcla justa y un plantel con gente de experiencia, con otros que veníamos a buscar minutos. Esos planteles que se arman de vez en cuando. Jugamos bien. Teníamos un buen grupo, un buen cuerpo técnico", responde el exatacante.
Matar o morir. la frase que ocupó Ruiz, iba más allá del slogan. En la escuadra de la Quinta Región, inquietaba el poderío del goleador albo, Lucas Barrios. La orden de Nelson Acosta era reducir al ariete. "Que no jugara, que no se pudiera mover", revela Ruiz. Se ejecutó al pie de la letra. O más allá. El año pasado, Barrios le reconoció a la prensa paraguaya que Fernando Saavaedra le había aplicado la peor patada de su carrera, pero varios tenían un encargo similar. "(Cristián) Oviedo siempre fue patadura. Su misión era clara. Y la cumplió. El Limache (Juan Luis González) también lo atendió. El que pasara por su lado tenía que atenderlo", dice Ruiz. La orden venía desde la banca."Oviedo, Barrios es tuyo y no se puede mover", le repetía Acosta desde el borde de la cancha. Disminuido Barrios, el Cacique se quedaba sin su carta de triunfo. El último milagro de Don Nelson estaba consumado.