El 25 de noviembre de 2020, el mundo se paralizó. La noticia comenzó a trascender tímidamente. De hecho, en los primeros despachos televisivos, sobraba la cautela. Cada palabra era cuidadosamente medida. Nadie se animaba a decir lo que nadie quería escuchar. Había muerto Diego Armando Maradona, para muchos, el mejor futbolista de la historia. Nadie, tampoco, quería creerlo. El astro argentino había cumplido 60 años el 30 de octubre y ya por esos días se veía a maltraer. Horas después, fue internado y días más tarde lo operaron para extraerle un hematoma subdural del cerebro. Aunque su entorno intentaba dar señales de tranquilidad respecto de su evolución, lo concreto es que ese mediodía la realidad golpeó con una verdad que dolía. Que pocos estaban dispuestos a aceptar.
Maradona falleció y fue sepultado íntimamente después de un velatorio que terminó siendo caótico y un cortejo que tuvo todo el vértigo de su existencia y que, tal como él, hasta extravió el camino, pero todo lo que lo rodea siguió siendo tan intenso como cuando estaba vivo. Polémicas, disputas por su millonaria herencia y, ahora último, hasta acusaciones de agresión sexual han seguido transformándolo en protagonista de cientos de discusiones, de muchos minutos en los medios de comunicación audiovisuales y que han llegado varias páginas en los escritos. Su vida también inspiró varias entregas audiovisuales que hoy forman parte de la oferta de distintas plataformas. Aún muerto, Maradona sigue siendo una máquina de producir contenido y dinero. Nadie, eso sí, ha explicado convincentemente su abrupto final.
¿De qué murió Maradona?
La autopsia practicada al astro arrojó “un edema agudo de pulmón secundario a una insuficiencia cardiaca crónica reagudizada”. También dejó en evidencia una miocardiopatía dilatada. La última patología tiene causas diversas y, en resumen, produce un agrandamiento en las cavidades del corazón. Para añadirle aún más misterio al caso, en los últimos días, la prensa argentina publicó que el cuerpo de Maradona fue sepultado sin el órgano vital. Y que en su tumba tampoco están el hígado ni los riñones. La versión apunta a que los especialistas optaron por extraerlos para estudiarlos con mayor detención, en un procedimiento que se considera habitual para este tipo de fallecimientos. Las partes del cuerpo del Diez están bajo custodia de la justicia y en lugar seguro ante una amenaza concreta: la profanación por parte de fanáticos.
El 2 de diciembre, una semana después del fallecimiento de Maradona, esos órganos fueron trasladados al Departamento de Anatomía Patológica de la Superintendencia Científica de la policía de Buenos Aires. Hubo un operativo especial, basado en informes de inteligencia que alertaban respecto de la amenaza de una facción de la barra brava de Gimnasia y Esgrima, el club del que el astro era técnico al momento de perder la vida, en el sentido de robarse su corazón y guardarlo a modo de trofeo.
Los análisis al corazón de Maradona al menos pudieron arrojar algunas certezas. El órgano pesaba 503 gramos, el doble de lo que se registra en una persona sana. Además, se le encontraron cicatrices que fueron producto de diversos microinfartos que sufrió a lo largo de su vida. Desde el punto de vista legal, el músculo se debería mantener conservado en formol y debidamente custodiado por los próximos diez años. Sin embargo, según consigna Infobae, es posible que se genere una solicitud especial para mantenerlo por más tiempo, dado el simbolismo que representa para la sociedad argentina e incluso mundial. ¿Donde está el corazón de Maradona? Como si se tratara de un designio, el citado departamento está a unos 300 metros del estadio de Gimnasia y Esgrima de La Plata, el último refugio futbolístico que lo acogió.
Un entorno nocivo
Más allá de las conclusiones médicas, la gran discusión está en instalada en el por qué Maradona terminó en las condiciones tan desmejoradas en las que se dejó ver en sus últimos días. Las miradas apuntan, naturalmente, a su entorno más cercano. Dalma y Giannina, las hijas del matrimonio que el astro contrajo con Claudia Villafañe, siguen apuntando con vehemencia al abogado Matías Morla, el último representante del zurdo. Por añadidura, quien también se lleva cuestionamientos es el médico Leopoldo Luque, quien se encargó del procedimiento quirúrgico que se le practicó y del que, en rigor, nunca pudo restablecerse. Los acusan de no haber procurado las condiciones para un cuidado efectivo. En rigor, aunque se decía que ya no consumía cocaína, Maradona sí ingería alcohol y fumaba marihuana, entre otros excesos propiciados por los encargados de que estuviera bien.
El paso del tiempo fue entregando señales y nombres de quienes pudieron haber contribuido decisivamente al deterioro del jugador. La Fiscalía General de San Isidro, de hecho, imputó a siete personas por el presunto homicidio con dolo eventual del campeón mundial en México 1986, por considerar que el desempeño del equipo de salud que lo custodiaba fue “inadecuado, deficiente y temerario”: los enfermeros Ricardo Almirón y Dahiana Madrid; el coordinador de enfermeros, Mariano Perroni; Nancy Forlini, la médico que coordinó la internación domiciliaria; el sicólogo Carlos Díaz, la siquiatra Agustina Cosachov y Luque, el neurocirujano y médico de cabecera de Maradona. Si se les considera culpables del delito, los involucrados arriesgan penas de cárcel que fluctúan entre los ocho y los 25 años. En el juicio, que mantiene a los acusados con arraigo nacional, ya han declarado los acusados, además de Morla, Rocío Oliva, ex pareja de Maradona y el abogado Víctor Stinfale, entre otros miembros del entorno del exfutbolista.
La última acusación
Para colmo, esta semana ha cobrado relevancia el testimonio de la cubana Mavys Álvarez Rego, quien se vinculó sentimentalmente con Maradona en 2001, cuando tenía 16 años de edad. Por esos días, el ex capitán de la Albiceleste estaba sometido a un tratamiento de su adicción a la cocaína en Cuba, aunque incluso en esa condición seguía incurriendo en los excesos que ya en esa época ponían en riesgo su vida. Álvarez lo acusa directamente de haberla violado en una ocasión, además de haberla sometido a golpes. Relató que, en una oportunidad, Maradona la maltrató por haber contestado su teléfono móvil. “Él se enojó muchísimo. Agarró el celular, lo tiró contra la pared, me pegó una bofetada y me empujó contra la cama. Hubo muchos momentos como ese”, dijo.
“Dejé de ser una niña. Toda esa inocencia que yo tenía, me la robaron”, insistió. Su declaración, en alguna medida, tiene un efecto reparatorio. “El venir a este país y poder hablar ante la Justicia de lo que viví, lo que sufrí, y que el mundo sepa todo esto... Para mí yo ya cumplí. Dije lo que me pasó con el fin de que otras muchachas se sientan con fuerza, con el valor de hablar. Se puede hacer. Es un proceso difícil, pero se logra”, sostuvo.