Antes del primer lanzamiento, hay que barrer excremento. El que se acumula por las palomas que confunden el humilde gimnasio de la escuela Santa Adriana con un aviario. El techo agujerado, que se llueve en invierno, es el palco desde donde los pájaros reparten sus regalos intestinales. Nada es normal cuando se ve a los jugadores del club Fermín Osorio, pero la repetición convierte todo en rutina. Y limpiar caca es una de las más triviales para ellos.
El golpeteo acelerado de un balón anaranjado. Tres pasos. Las zapatillas chillan con el roce del piso. Un salto y una bandeja que entra pulcra por el aro. Nueve adolescentes vestidos de verde y blanco aplauden la jugada del joven más alto que a esa hora se encuentra entrenando. Las baldosas agrietadas ya están sanitizadas, ya se puede practicar básquetbol. "Siempre tenemos que limpiar antes de jugar, algunas caquitas se endurecen mucho", dice Pablo Cantillana, mientras recibe el balón de un compañero y se lo pasa por detrás de las piernas, una finta clásica de este deporte.
Son las 19.00 y el sol abrasivo aún se deja sentir en la capital. Los que practican a esa hora, en ese pequeño colegio de infraestructura baja de la población Santa Adriana de Lo Espejo, son los jugadores del equipo que recientemente fue campeón de la 47ª versión del Campioni del Domani, el torneo juvenil de básquetbol Sub 19 más importante del país, que se disputó en el Stadio Italiano de Las Condes, en enero.
Llegar al lugar de nacimiento del Equipo del Pueblo, como lo nombraron en el certamen, no es fácil. El sector colinda con otras dos poblaciones de la comuna, la Santa Olga y la José María Caro. Zonas donde abundan los pasajes estrechos y las piscinas armables, bajas, de color azul, en el exterior de las casas. Muchas de las viviendas que pueblan el lugar son de material ligero, y en ellas las paredes son objeto de disputa entre los distintos clubes de fútbol. Por esas calles, varios son los autos que circulan a grandes velocidades, con vidrios polarizados y llantas de perfil rebajado, escuchando a modo de concierto los últimos temas de trap y reggaeton.
De ahí que la recomendación de los funcionarios municipales, en voz de su periodista Nadine Rahil, sea muy clara: no llegar directamente a la escuela. Existe temor por parte de la alcaldía de que ocurra algo para lamentar.
La realidad
El lugar de entrenamiento del Fermín parece no haber acusado recibo de la hazaña del club. El gimnasio donde el campeón se junta para practicar las jugadas que lo coronaron luce, al menos, frágil. Sus paredes externas están franqueadas por unas débiles latas blancas descascaradas, roídas por el tiempo y el sol. Tal es el deterioro de la construcción, que es posible ver el tenue rojo que algún día cubrió aquel conjunto de láminas de aluminio.
En el lado sur las latas cambian esa blanquecina tonalidad por un potente anaranjado: es el óxido que solo la mezcla de agua, tiempo y olvido pueden dar. Lo único que parece firme y nuevo es una pequeña maleza verde que se alza en el frontis, como queriendo dar vida ante tanto desgaste. En el interior, los tableros se exhiben desgastados. En el centro de estos, cuelgan los aros casi desnudos, donde los vestigios de tela que los rodean anuncian que ahí, alguna vez, hubo una red blanca y firme.
Sergio Cabrera (60), DT del Fermín, tiene clara las falencias del recinto. Por ello, optó por entrenar en realidad de juego, sabiendo que era la mejor forma de darle intensidad a sus pupilos. "Debido a las precariedades de acá (en el gimnasio) opté porque los niños privilegiaran jugar. Nuestro entrenamiento era ese. Con esto no podemos practicar", cuenta el fundador del club.
Sin embargo, hace un año las condiciones eran aún peor. Con el objetivo de captar más jugadores, el club decidió entrenar en una cancha que se encuentra a solo metros del colegio, a la intemperie, y en el corazón de la población. Luchando cada semana, ya sea con el frío y la lluvia del invierno, o en verano, con el asfixiante calor, los jóvenes del Fermín debían hacer frente a otros problemas.
En más de una ocasión, por esos pasajes estrechos que componen las clásicas postales de la periferia capitalina, se desarrolló algún ajuste de cuentas o una pelea entre bandas de narcotraficantes. "Ahí siempre tiran balazos. Cuando pasaba eso teníamos que escondernos donde están los baños y esperar a que parara para luego retomar el entrenamiento, o irnos a la casa", cuenta Cantillana (19), quien es uno de los bases del club y que actualmente está estudiando en la UTEM por un convenio que tiene la universidad con la escuela.
El miedo, sin embargo, pareciera no penetrar en la sangre de los jugadores. "En las noches, cuando entrenamos, se sienten los balazos. Aunque ya estamos acostumbrados. No es nada del otro mundo para nosotros", dice Jimmy Gauna (17), alero y figura de este equipo, quien no pudo seguir como preseleccionado chileno por no tener los recursos suficientes para entrenar dos veces al día en Ñuñoa. No tenía dinero para un traslado en micro y metro que dura cerca de una hora.
Tentaciones en las esquinas
Los jugadores están acostumbrados al ambiente de la población, pues como bien dice su entrenador, saben perfectamente identificar cuándo hay problemas. "A veces el ruido es mayor y uno les pregunta, '¿son balazos o fuegos artificiales?' Ellos tienen claro cuándo son balas y cuándo son fuegos artificiales", dice Cabrera.
Lo más difícil es no caer en las tentaciones del sector. La delincuencia y la droga están al alcance de la mano, y muchos de los que alguna vez compartieron camarín con los campeones hoy están en ese áspero mundo. "En el Fermín Osorio están abiertas las puertas. El profe da las posibilidades de estudiar. Pero hay algunos que eligen el camino de la delincuencia o la droga y se pierden. El profe los busca y trata de que no sea así, pero hay veces en las que no se puede hacer más", cuenta Gauna, quien suspira lentamente y complementa: "Hay muchos amigos a los que he tratado de traer, de que jueguen, pero les gana la delincuencia y la droga. Es fuerte eso, porque acá en la población se ve en todas las esquinas que hay alguien ofreciéndote droga. Las malas juntas están por todas partes".
Lo anterior lo confirma el capitán, Eugenio Cotal (19), quien sabe que perderse en ese mundo es un camino sin retorno. "Varios de nosotros se perdieron. Unos fallecieron, otros están presos. Algunos en las calles consumiendo o vendiendo droga. Es doloroso verlo", expone apenado.
De ahí que para estos deportistas el básquetbol es un refugio. La oportunidad de encontrar una escapatoria a todos los males que aquejan y se agolpan en la población, y que son obra de años de abandono estatal. "Quizás no te pueda dar riquezas, pero te puede otorgar estudios", agrega Gauna.
Los jugadores sueñan con tener un mejor gimnasio para entrenar y seguir desarrollando su juego. Lo ideal sería poder contar con el Centro Deportivo Elige Vivir Sano. Un reducto majestuoso que emerge por calle Guanajuato, en pleno Santa Olga. Sin embargo, si no se abre la oportunidad de ocupar ese recinto, los basquetbolistas no se acomplejan, pues, como dice su capitán, fue esa misma precariedad la que forjó el temple del Fermín, ya que "no tener el mejor gimnasio te fortalece psicológicamente, y eso no cualquier equipo lo puede hacer".
El triunfo en Las Condes
Conquistar el Domani no estaba en los planes. El sueño de gritar campeón en el Stadio Italiano nunca se cruzó por la mente de estos adolescentes; ni siquiera una vez confirmada su asistencia al certamen. El objetivo inicial era clasificar y aspirar, como máximo, a los seis primeros puestos: si llegaban a estar en ese sexteto tendrían asegurada su participación en 2021. "Ganarlo era otra cosa. Terminó el partido y miré al entrenador y le dije '¿qué hicimos?'", narra un orgulloso Cotal, a quien el solo recuerdo de ese instante provoca que se dibuje una sonrisa ancha, sincera, en la comisura de sus labios.
Como la preparación del Fermín para el Domani consistía en, básicamente, jugar, Cabrera aprovechaba cada instancia para llevar a sus dirigidos a distintos torneos o amistosos. A raíz del estallido social, la planificación del Equipo del Pueblo se complicó. Sin competencias durante dos meses, en muchas ocasiones no pudieron entrenar ni jugar. A eso se le sumó que los tiempos de traslado se alargaron mucho. Más de alguna vez, para visitar los terrenos de otros clubes que residen en las distintas periferias de Santiago, el equipo oriundo de Santa Adriana tuvo que soportar eternos viajes. Ir y devolverse de Puente Alto, por ejemplo, era toda una gesta.
"Se nos hizo complicado por el tema de la locomoción. Ir a jugar a Puente Alto nos costaba mucho. Teníamos que caminar demasiado porque no había metro. Caminar de la Plaza de Puente Alto a Sótero del Río para, recién, poder tomar una micro. Jugábamos a las 19.00 y llegábamos a las 00.00 a Lo Espejo. Fue complicado", concluye Gauna, quien agrega que, si bien el tiempo de traslado en esos días era elevado, apoyaba la causa de lucha.
Algo que complementa el coach, quien, dice, se mostró abierto a que sus jugadores apoyaran las movilizaciones sociales. "Les hacía ver por qué sucedían estas cosas, qué era lo que la gente estaba pidiendo, que se sumaran a parte de lo que el pueblo pedía y que son válidas. Ellos tienen que ser parte de esas cosas".
La generación campeona cumplió un ciclo. La gran mayoría de estos jugadores están desde los ocho o nueve años en el club, edad en la que se contaminaron por el básquetbol, como sostiene Cabrera, para quien este equipo representa más que un club: es su hijo. Progenitor que creció con las alas rotas en la periferia de Lo Espejo, hace 13 años, y que hoy vuela orgulloso por Santiago, sabiendo que es el mejor del Domani.
A los jóvenes de la población Santa Adriana el recuerdo del campeonato nunca se les olvidará de su retina; pero más que el título, lo que se les grabó en sus corazones fue el extenso camino y las cuantiosas dificultades que tuvieron para hacerse con el campeonato, en un recorrido que, como bien manifiesta Cantillana, fue un sueño en lo personal y para el club. "No tengo palabras para lo que conseguimos", dice.
Ahora, el Fermín debe volver a entrenar y preparar un nuevo año. Retornar al áspero piso del gimnasio de la escuela que los cobija. Recinto donde las palomas seguirán volando majestuosas, regalando la suciedad que los campeones tendrán que seguir limpiando, al menos, hasta que puedan encestar en el impecable centro Elige Vivir Sano, que, por el momento, solo se encuentra en el sueño de los basquetbolistas.