Si hubiera que elegir un solo escenario, un lugar en concreto, un recinto específico capaz de condensar, aglutinar, encerrar y de algún modo resumir las principales vicisitudes acontecidas en Chile durante los últimos 80 años de su historia, ese sería, sin lugar a dudas, el Estadio Nacional. Testigo de excepción de algunos de los triunfos más aguardados y resistidos; de algunas de las visitas más ilustres y distinguidas; y de muchos de los pasajes más ominosos de las últimas ocho décadas, resulta difícil no ver hoy el coloso ñuñoíno como una especie de crisol deportivo, social y político de la memoria colectiva.
Abierto al público por primera vez el sábado 3 de diciembre de 1938, ningún otro recinto deportivo del país puede alardear de haber albergado tal cantidad de megaeventos como el Nacional. Sede principal de una Copa del Mundo de fútbol, la de 1962; de 11 finales de la Copa Libertadores; de dos definiciones de Copa Sudamericana; de 74 encuentros de cinco ediciones distintas de la Copa América; de un combate por unacinturón mundial en boxeo; de una Copa del Mundo Sub 20; de dos Juegos Odesur; de decenas de finales de torneos domésticos; y de un sinfín de conciertos, recitales, presentaciones, galas benéficas, comicios y celebraciones lúdicas; el recinto lleva ya 80 años formando parte, de un modo u otro, de la vida de todos los chilenos.
Las luces
Fue el 30 de mayo de 1962 cuando el reducto enclavado en la confluencia de las avenidas Grecia, Marathon, Guillermo Mann y Pedro de Valdivia, se convirtió en el escenario de la ceremonia inaugural del certamen más importante que puede albergar un estadio de fútbol, la Copa del Mundo. El desembarco en el país de la séptima edición de la cita supuso además su primera remodelación, elevando su aforo por encima de la barrera de los 75 mil espectadores. Aquel Mundial coronó por segunda vez a la selección brasileña, guiada en la cancha por un inconmensurable Garrincha, y vio a la Roja firmar, tras superar en el duelo por el tercer y cuarto puesto a Yugoslovia, merced al agónico tanto de Eladio Rojas, la mejor presentación chilena en dicha instancia de toda su historia.
Con cuatro tantos, Leonel Sánchez (82) fue uno de los máximos goleadores de aquella Copa del Mundo. "El Mundial del 62 fue realmente otra cosa, un evento de dimensión mundial. Brasil salió campeón, pero nosotros fuimos terceros del mundo cuando nuestro país estaba metido en el montón nomás. Eso no se ha vuelto a lograr", sentencia el legendario ex delantero del Ballet Azul. Y después agrega, al borde del llanto: "El Estadio Nacional era más grande en ese tiempo, hacía 70 mil personas y se sentía distinto, pero para mí hoy sigue siendo como una una segunda casa. Tengo muchos recuerdos. Allí fui campeón varias veces y hoy sigo yendo al estadio con mis nietos cuando juega la U".
La década de los 60 marcó también el estreno del Nacional como escenario de definiciones del principal torneo continental de clubes, la Copa Libertadores. Entre 1965 y 1993, de hecho, el recinto llegó a albergar nada menos que 11 finales de dicha justa (un currículum superado tan solo por la Bombonera), presenciando la disputa por el título de cuatro conjuntos chilenos: Colo Colo, en 1973; Unión Española, en 1975; Cobreloa, por partida doble, en las ediciones de 1981 y 1982; y la UC, en 1993. Pero si bien es cierto que tres de aquellas finales (las del 75, el 81 y el 93) se saldaron con triunfos criollos en Ñuñoa, no lo es menos el hecho de que ninguno de aquellos cinco planteles consiguió quedarse con la Copa.
Sí que lo logró, mucho tiempo después, Universidad de Chile, en la segunda de las dos ocasiones en que el estadio fue sede de la final de la Copa Sudamericana. Sucedió el 14 de diciembre de 2011. Con una autoridad casi insultante, el conjunto estudiantil logró derrotar por 3-0 al Liga de Quito ecuatoriano consiguiendo dejar el trofeo en casa por primera vez en más de 70 años de historia. "Recuerdo que el estadio estaba repleto de gente, con mucha ilusión puesta en nosotros. La cancha estaba espectacular y todo jugaba a nuestro favor. Sentíamos, además, que jugábamos en casa. Fue un día inolvidable", evoca el atacante de Cobresal Francisco Castro (28), presente en aquella definición, antes de calificar el recinto como "uno de los grandes templos del fútbol de Sudamérica".
Un templo que, no en vano, continúa siendo aún hoy el estadio que mayor número de cotejos ha albergado de la Copa América. El último, el disputado la tarde del 4 de julio de 2015 entre Chile y Argentina, tiene ya categoría de leyenda, pues fue precisamente ese día, sobre el césped de Ñuñoa, cuando la Roja consiguió derrotar a la Albiceleste en la tanda de penales logrando alzar al cielo de Santiago el primer título continental de su historia y poniendo fin, de paso, a 99 años de sequía.
Pero el reducto, declarado Monumento Nacional en 2003 y que, desde 2008, rinde tributo en su nombre oficial al fallecido periodista Julio Martínez Prádanos, no sólo ha acogido, a lo largo de todos estos años, definiciones futbolísticas. Allí, en el mismo escenario donde se presentaron al público la Reina de Inglaterra y Fidel Castro; fue homenajeado el Premio Nobel nacional Pablo Neruda; cayó el púgil Martín Vargas en su combate ante el mexicano Miguel Canto, por el título mundial de peso mosca (el 30 de noviembre de 1977); y ofició el Papa Juan Pablo II una misa multitudinaria ante más de 100 mil personas. Eventos, todos ellos, que han conferido al recinto ese aire de coliseo principal de las artes, la política y la vida social.
Las sombras
Pero hubo un tiempo, sin embargo, en que el Nacional fue también sinónimo de muerte. Y es que tras el golpe de Estado del 11 de septiembre del 1973, sus instalaciones fueron utilizadas como centro de detención, interrogatorio, tortura e incluso fusilamiento. Se calcula que alrededor de 40 mil presos políticos fueron recluidos en los salones, baños y camarines del estadio con tales fines entre septiembre y noviembre de aquel año. Hoy, esos días aciagos son conmemorados en siete espacios, entre los que destaca la Escotilla número 8, coronada con una frase que reza: "Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro". "En el Estadio Nacional Chile fue tercero del mundo y se lograron grandes hazañas, pero no se puede olvidar la otra cara de la medalla. Esa historia triste y atroz del estadio como centro detención de prisioneros ideado para eliminar gente y y privar de libertad a muchos chilenos. Esa es la gran incongruencia de este elefante blanco. Porque el Estadio Nacional se construyó para darle alegría al pueblo, a la gente, y lo logró en parte, pues también le dio tristeza. Ese creo que es el gran estigma que tiene", manifiesta, al respecto, el ex seleccionado Leonardo Véliz (73).
Un futbolista que formó parte del combinado chileno que, el 21 de noviembre de 1973, en el encuentro de vuelta del repechaje para el Mundial de 1974, logró su clasificación a la Copa del Mundo tras disputar, precisamente sobre el césped del Nacional, un insólito encuentro sin rival que pasó a la posteridad con el sobrenombre del "partido fantasma". La Unión Soviética no concurrió al cotejo por razones políticas y con un solitario gol de Chamaco Valdés a arco vacío, Chile certificó su pasaje a AlemaniaFederal. "Cuando se jugó el partido aún había presos políticos en el velódromo, anexo al estadio. En sus instalaciones aún estaba gente sufriendo el delito de pensar diferente. Yo no puedo dejar de estremecerme, porque ese día la alegría de clasificar al Mundial estaba mezclada con una profunda tristeza", concluye Véliz.