A horas de comenzar Valparaíso Cerro Abajo, las calles del cerro Cárcel y del centro del puerto amanecieron cerradas, listas para celebrar una nueva versión de la carrera de descenso más importante del país.

Al subir por el cerro se podía encontrar de todo. Desde hummus, cocadas, empanadas, ofertas vegetarianas, hasta los clásicos anticuchos y sopaipillas. El comercio ambulante no paraba y el calor de Valparaíso se empezaba a sentir, en medio de un caótico puerto. A medida que los aficionados subían por Cumming se elevaba la temperatura y las calles se hacían cada vez más estrechas. Una revoltosa marea de espectadores llenaba los pasajes de lado a lado, mientras otros asomaban por las vallas papales, esperando el ansioso descenso de los riders. Y de repente, se escuchó la primera cadena de bicicleta, a toda velocidad. De ahí en adelante, el espectáculo no paró más.

Locura. Pasión. Adrenalina. Llámele como quiera. Todo menos miedo. Y es que pareciera que para los 35 participantes de Valparaíso Cerro Abajo esa palabra no existe. Y es la única forma de explicarse que descendían a 60 kilómetros por hora por los empinados callejones del puerto.

Los mismos deportistas comenzaron a contagiar a los miles de espectadores que se agrupaban. Los porteños se asomaban por sus balcones y se unían al vitoreo. Valparaíso estaba de fiesta y nadie lo podía parar. Familias completas, jóvenes y niños disfrutaban del calor de la carrera que se apoderó de la ciudad por un día. Impresionante es decir poco para describir cómo los competidores se adentraban en una casa porteña, saltaban por la ventana y luego pedaleaban por una pared. Una que otra caída. Rasmillón y golpe, pero se volvían a subir a la bicicleta. Nada los detenía.

A las 15 horas, los cerros estaban llenos de colores, con los participantes dando rienda suelta a la adrenalina y sus ruedas derrapando sin control por los pasajes porteños. Así transcurrió el día, velozmente, al igual que el paso de las bicicletas.

Y finalmente nadie le quita la corona al rey del puerto. Del total de los participantes, clasificaron a la final los mejores quince tiempos, entre ellos seis chilenos. Pero los 2 minutos 42 segundos y 101 centésimas que le llevó al checo Tomás Slavik (30) descender los 1.750 metros del recorrido, seis segundos más rápido que en 2017, no los igualó nadie. Por segundo año consecutivo, Slavík se coronó campeón, sumando así su sexta participación en Valparaíso.

"Cuando vi la lista con los tiempos de los que iban a la final, me dije: '¡mierda, esto va a estar duro!'. Ellos iban por todo, pero yo fui por más", comentó Slavík tras la carrera.

Fue un recorrido más difícil que otros años, y así lo sintió el número uno. "En un momento pensé que no lo iba a lograr, porque fue una carrera muy física. Pero el apoyo de la gente fue una fuente de energía para mí. En un punto me iba a dar por vencido, pero la fuerza del público me hizo seguir", dijo el campeón emocionado, al bajar del podio.

El segundo lugar lo alcanzó el neozelandés Matt Walker. Pero la gran sorpresa de la carrera fue el viñamarino Matías Núñez (22), quien no se podía creer acabar tercero. Su emoción era tal, que hasta le costaba hablar: "Justo antes de la clasificación se me echó a perder la rueda de atrás. Me la tuve que jugar y finalmente clasifiqué segundo. Mi misión era llegar a la meta, así que jamás pensé que terminaría tan lejos".

De esta forma se da por terminada la 16ª versión de Valparaíso Cerro Abajo, con muchos rasmillones a su haber, pero con cuentas alegres. Cae la tarde, los drones aterrizan, la marea comienza a descender por los cerros, la producción empieza a desarmar las rampas, pero aún queda un participante entre los andamios ya desarmados: Tomas Slavík, quien se tomó el tiempo de acercarse a la gente y posar con la bandera chilena, con una sonrisa que no se la quitaba nadie.