Universidad Católica es con larga justicia el puntero del fútbol chileno y lo es por dos razones complementarias. Porque tiene un ahorro importante y porque, además, ninguno de sus escoltas ha sabido dar el salto definitivo a la punta. Ha sabido ganar, incluso, jugando mal (contra San Luis en San Carlos, por ejemplo) y ha aprendido a interpretar los momentos del encuentro.
Sin embargo, ayer se conjugaron algunos hechos con los cuales le cuesta convivir. El primero tiene que ver con delanteros rápidos que no usan posición fija. Ayer lo vivió con el incontrolable panameño Torres y anteriormente fue contra Sergi Santos en la fecha 21.
Dicha incomodidad tiene que ver con las características defensivas propias, como también con la idea preliminar de Beñat San José, que apuesta a controlar el ritmo del partido y ayer lo perdió.
El segundo fue un hecho que no había vivido hace casi un año (curiosamente en la misma cancha). Santiago Silva fue el último expulsado en la UC, precisamente en el CAP frente a Huachipato, en 2017. La fortaleza colectiva de los cruzados requiere con urgencia de 11 jugadores que sostengan la organización de juego. Después de la expulsión de Raimundo Rebolledo, la Católica quedó sobreexpuesta defensivamente y se alargó en demasía para poder atacar. Incluso con uno menos tuvo el empate en un remate de Sáez. Pero vino la segunda expulsión y los goles restantes para vivir un partido que no había visto este año. Un partido aparte.
Probablemente a algunos les conviene empatar esta derrota con el clásico mote de "arrugones", pensando en que quedan pocas fechas. Bien o mal, es el sino de los equipos protagonistas.
Católica es un equipo que, en general, saca lo mejor de sí cuando está contra las cuerdas. Cuando más lo ha necesitado, ha sacado un espíritu combativo y en las fechas que quedan tendrá que exacerbar este hecho. Primero para acallar las críticas y segundo para ir por el premio mayor. Premio que bien merecido se tiene, además.