Se cumplieron 30 años de aquel fatídico episodio del que fue protagonista nuestra Selección, que ocurriera con ocasión del partido jugado en el estadio Maracaná en el año 1989 por las clasificatorias al Mundial de Italia 1990. Aquel día, integrantes de los cuerpos técnico, médico y jugadores fueron participantes, algunos activos y otros pasivos, del corte que se provocó el meta Roberto Rojas en la parte superior de su ceja con un bisturí ocultó en sus guantes y aprovechando una bengala que estalló en la cercanía de su cuerpo. Implementos que, por lo demás, desaparecieron con el tiempo misteriosamente.
En el acto, los jugadores -algunos con gestos vulgares hacia el público- propiciaron el retiro del equipo del campo de juego, a pesar de las súplicas directivas que trataban de impedirlo, sabedores que con esa actitud Chile perdía los puntos y toda posibilidad de reclamo posterior, como efectivamente ocurrió.
El fraude fue percibido por pocos, pero admitido por muchos y por mucho tiempo. Pero no pasó inadvertido al ojo escrutador de la FIFA, la que con el tiempo impuso severas sanciones a jugadores y dirigentes y, especialmente, al fútbol chileno.
Roberto Rojas, el principal actor, mantuvo por tiempo este engaño, pero al cabo reconoció su culpa. Este hecho ha sido considerado como uno de los escándalos más grandes en el ámbito deportivo y nuestro fútbol aún carga con este sello de deshonestidad del que no se sacude del todo.
Algunos de sus participantes aún mantienen cierto protagonismo y se desempeñan como entrenadores o como comentaristas y también periodistas que encendieron el ambiente previo a ese partido y que, con posterioridad al hecho, continuaron desinformando, se mantienen plenamente vigentes sin jamás haber efectuado un mea culpa.
Triste episodio aún no aclarado en su totalidad ni en sus causas ni en su preparación y ejecución, y a pesar de la abundante literatura existente y del tiempo transcurrido.