En una bicicleta, con el viento soplando en su cara cerro abajo, fue la última vez que Cristóbal Cádiz (35) sintió sus piernas. Haciendo descenso, sin protección alguna, se topó con una curva que para su inexperiencia en el deporte extremo fue letal. Es todo lo que recuerda. A las horas, despertó en una nueva vida.
“Iba pasando los cambios, puse el más pesado para agarrar más vuelo, y eso es lo último que me acuerdo. Después desperté en el hospital lleno de tubos y no sintiendo las piernas. Fue traumante”, describe, sobre aquel dramático día.
Lo más específico, los detalles del suceso, los sabe por terceras personas. “El tema es que donde yo tuve el accidente es una curva que no se ve para el otro lado, es muy pronunciada y cerrada. A la mitad de ella hay un poste y lo que se presume es que yo salí volando, choqué contra el poste con la espalda y al caer al suelo me quebré la cabeza. Tuve hartas contusiones, un colapso de un pulmón, y un coágulo en la cabeza que estaba provocando prácticamente la muerte. Todo se resumió en una paraplejia completa. Me corté la médula completamente”, cuenta.
Todo cambió para Cristóbal ese día en 2004. Lo hicieron pasar de curso con las notas que tenía, se acostumbró a la silla de ruedas, debió olvidar el deporte, y, más adelante, tuvo que enfrentarse a un mercado laboral que pocas veces considera discapacidades. Nada fue igual.
“Algunos amigos se fueron, pero los más importantes se quedaron y hasta el día de hoy están conmigo. Es como un colador esta cuestión. Después estudié publicidad, pero no pude terminar la carrera por lucas. Luego me dediqué a trabajos temporales, a los que fuese saliendo. Actualmente estoy cesante, vivo gracias a la ayuda de mi mamá y mi pensión. Falta conciencia de inclusión en ese sentido. Me han cerrado varias puertas”, relata.
Pero en su cesantía y vacío interno, encontró su actual pasión: la equitación. Y sin querer. “Una amiga es veterinaria y me invitó un día a Paine. Todo era muy lejano para mí, además estaba en una depresión súper importante porque no podía conseguir pega, no sabía qué onda mi vida. Estaba perdido. Cuando llegue vi caballos, tierra, paja, todo muy nuevo para mí. Mi intención nunca fue montar a caballo, pero las terapeutas me dijeron ‘yapo monta’”, recuerda.
“Entre todos me ayudaron a subir al caballo, estaba asustado como gato en lavadora. Tenía tres personas en cada lado agarrándome para no caerme. Mi lesión me deja sin estabilidad de tronco, si estoy sentado sin respaldo soy prácticamente una jalea. Una chica se subió atrás mío para sostenerme. Ese primer trayecto que duró como media hora fue mi conexión con los caballos. La sensación de montar es como de estar caminando. Fue una conexión importante con el deporte y los caballos, transmiten mucha paz, es muy terapéutico”. Así fue su conexión con la equitación, lo que practica hasta el día de hoy; al menos hasta antes de entrar en cuarentena.
De no tener estabilidad, y estar rodeado de siete personas para lograr avanzar unos metros sobre un caballo, Cristóbal fue progresando y mejorando su técnica hasta cabalgar solo. Es más, la equinoterapia se fue convirtiendo en deporte. “Al final pude estar manejando el caballo solo y él haciendo lo que yo quiera”, exclama con orgullo.
De terapia a competencias
Cristóbal Cádiz fue más allá. Los caballos no solo quedaron como una terapia, sino que se los tomó en serio e incluso como competencia. “Con el tiempo me fui dando cuenta de cómo tenía que ir sentado y afirmado en el caballo. Ya no necesitaba respaldo. Las piernas me las amarran con velcro, porque en caso de que el caballo se ponga a trotar, mis piernas volarían”.
“Mi primera competencia fue en Buin. Mi entrenadora de repente me dijo que iba a competir, no estaba preparado. Me hicieron una entrevista para ver en qué categoría quedaba. Hay diferentes modalidades, gente con distintas discapacidades. Acá en Chile yo creo que soy el único parapléjico a caballo, los otros tienen discapacidades más leves. Esa competencia de 2020 la gané y la segunda también quedé primero en mi categoría”, relata.
Pensando ya en sus próximos desafíos, la Municipalidad de La Florida le brindó un importante aporte. Un chaleco airbag en caso de caerse. “Te protege la columna y órganos internos. Es una tecnología que están usando todos los jinetes ahora, es de última tecnología. Aún no lo he puesto a prueba porque me pilló la cuarentena. A lo mejor me deje caer para probarlo ja, ja”, dice con su característica simpatía.
Solo le queda esperar. El encierro lo tiene lejos de su pasión, pero mantiene la serenidad con la mente en sus objetivos, que son varios. “Mis metas son competir olímpicamente, representar a Chile afuera y que se dé a conocer este deporte. En Santiago 2023 no está la categoría, pero me gustaría que se pudiera abrir eso para que los que competimos de manera adaptada podamos representar a Chile y dejar medallas”, cierra.
Compita, consiga o no medallas, Cristóbal Cádiz ya ganó. Su vacío interno está lleno. Fue al campo por nada y encontró todo. Hoy su felicidad está ligada al deporte, a los caballos, quienes le entregan esa sensación única de volver a sentir el caminar. La bicicleta le quitó una ilusión que la equitación devolvió. Cristóbal ganó, la paraplejia no logró incapacitarlo.