Recuerdo que en mis tiempos de estudiante, puestos a elegir entre las áreas matemática, científica o humanista, la mayoría optaba por las dos primeras, desdeñando la opción humanista. En esos días, la presión por estudiar una carrera que fuera rentable -como si la vida fuera solo eso: vivir para ganar dinero- forzaba un poco las cosas y la elección de carreras como las ingenierías, la medicina o cualquier otra que estuviera relacionada con las ciencias exactas era parte del lugar común. Había que trabajar con números, con ecuaciones, con estadísticas, fórmulas y nomenclaturas, si querías ser alguien en la vida, si aspirabas a tener una buena posición. Ese era el discurso oficial, el que los padres de mi generación le vendieron a sus hijos. No fueron pocos los que lo compraron y articularon sus vidas en función de ese canon, reservando al dinero y a la adquisición de bienes una atención, por momentos, desmedida.
En mis días de universitario, la resistencia contra la dictadura alcanzó su cenit. Parte importante de la población, sobre todo los estudiantes, se movilizó bajo un relato que puede resumirse en un cántico que fue muy popular en aquellos días: "Y va a caer… Y va caer…". No fuimos detrás de un número ni de una ecuación, sino tras la articulación de una idea verbalizada en palabras.
Cuando Benito Baranda puso en marcha la Fundación América Solidaria dijo que no iba a descansar sino hasta que no hubiera un solo niño pobre en América. La declaración de ese propósito -que probablemente Baranda no llegará a ver cumplido en vida- ha movilizado a miles de voluntarios desde el origen de la Fundación hasta nuestros días.
Las palabras articuladas en función de un relato y orientadas de manera adecuada hacia un propósito tienen un poder cuyos alcances y dimensiones no han sido estimadas en su justa medida.
Sin ir más lejos, hace pocos días se conoció cómo el volante de la selección gala Paul Pogba motivó a sus compañeros ante los decisivos encuentros que debieron afrontar primero ante Argentina, en el paso a cuartos de final, y luego ante Croacia, en la final de la Copa del Mundo.
Antes de saltar al campo de juego para enfrentar al equipo de Sampaoli, Pogba les dijo a sus compañeros: "No nos vamos a volver a casa. Quiero que todo el mundo muera como soldados, como guerreros. ¡Nos los comemos! ¡Vamos a matar a esos argentinos! ¡Messi o no Messi. Me los paso por las pelotas! ¡Venimos para ganar esta puta Copa del Mundo!".
Y luego, a pocos minutos de jugarse el partido contra Croacia, volvió por sus fueros: "Hoy no dejaremos que otro equipo tome lo que es nuestro. Esta noche quiero que todos quedemos en la memoria del pueblo francés que nos está viendo. De sus hijos, nietos, incluso bisnietos. Quiero que entremos a la cancha como guerreros, como líderes".
Más allá de que uno pueda discrepar del tono -al fin y al cabo, un partido de fútbol no es una guerra- y entendiendo que Francia tuvo otros argumentos, aparte de la arenga, para ganar la Copa del Mundo, es interesante ver cómo la articulación de un relato puede aunar voluntades y esfuerzos para alcanzar un objetivo.
Escribo todo esto pensando en Chile -en La Roja, claro-, en la necesidad de que haya un relato que guíe el proceso de Rueda, un discurso, una consigna, que movilice a todo un plantel y, por qué no, a todo un país en este aventura que comienza cuando aún se escuchan a lo lejos los últimos festejos de los galos a los pies del Arco del Triunfo.